Cuando mis amigas y yo empezamos a pasar de los treinta, misteriosamente, todas comenzamos a ver una y otra vez anuncios en nuestro ordenador de fecundación in vitro y test de embarazo. Bueno, nos pasó a nosotras y a toda mujer que a esta edad no es madre. A las que lo son, sus anuncios iban más por ropita de niño, biberones ... Todo en la red de redes son estrategias de venta. Si una vez has buscado en Google unos altavoces, durante meses te aparecerán anuncios de sonido y tecnología cada vez que enciendas el ordenador. Y mucho ojo con encargar el regalo de cumpleaños de tu pareja por internet desde casa. Descubrirá en solo un par de minutos lo que le espera al conectarse en Facebook y ver los anuncios automáticos.

La publicidad personalizada es una realidad con muchos beneficios, y algunos inconvenientes, a la que ya nos hemos acostumbrado. Los algoritmos de Facebook y Google detectan nuestros gustos, aficiones e intereses y nos ofrecen lo que creen que necesitamos, que acaba siendo lo que compramos. Pero el poder de estos algoritmos va mucho más allá. ¿Te has fijado que hace mucho tiempo que no ves historias en Facebook de aquel compañero de colegio al que agregaste? Sigue estando entre ´tus amigos´, pero no lo ves. Quizá pasaste dos meses sin hacer un ´Me gusta´ a sus publicaciones y el algoritmo ha decidido que no te cae bien y no quieres ver lo que hace o lo que piensa. O sea, que han decidido por ti y casi no te has enterado. Y probablemente no comentarías en la última foto en la playa que colgó porque la viste mientras ibas corriendo al trabajo y maldiciendo a todos los que tenían esos días vacaciones y presumían de ello. Tu amigo te sigue gustando y sigues queriendo saber de él una vez pasada la envidia momentánea de la que él no tiene la culpa, pero ya está. Ha desaparecido de tus amigos preferentes, de la realidad inmediata que se desliza de arriba a abajo desde la palma de tu mano.

Lo que hace el algoritmo con tus amigos lo hace con todo lo demás. Si has leído una noticia sobre la última victoria de Nadal, durante un tiempo solo te enseñará noticias de deportes y del medio de comunicación al que pinchaste. Da igual que ese periódico publique cientos de noticias al día y de todos los temas posibles. Tú puedes llegar a pensar que sólo publica temas relacionados con el deporte. Y esta rueda la puedes extender a lo que quieras: política, aficiones, ciencia, religión€ Tu opinión y tus reacciones en forma de emoticonos darán las claves al algoritmo para saber cómo piensas y pronto te reforzará en estas ideas porque solo te enseñará aquello con lo que estás cómodo, lo que te gusta. Resumiendo, los algoritmos nos adoctrinan con nuestras propias ideas. El peligro es que el algoritmo no entiende de escala de grises o de matices.

Todo esto, que muchos sabíamos, intuíamos y sufríamos de forma consciente o inconsciente, lo ha teorizado y analizado el pensador Eli Pariser en su último libro, El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos (Taurus). Solo el artículo publicado por laopinindemurcia.es en el que se explica los principales aspectos de su teoría ya es inquietante. Leer el libro, algo que ya está en mi lista de prioridades para las vacaciones, será tan enriquecedor como descorazonador. El mundo al que caminamos por obra y gracias de los motores de búsqueda automáticos se presenta lleno de sombras, con ciudadanos cada vez más convencidos de sus ideales de partida, sin apenas influencia de argumentos contrarios para la reflexión y enconados en sus propios problemas y prioridades, con una venda en los ojos para los del resto de la sociedad. Así, como premoniza Pariser, difícilmente podremos avanzar.

En este escenario, los medios de comunicación tradicionales ofrecen parte del antídoto. No somos perfectos, pero sí sensibles a la realidad cambiante. Los periódicos, radios y televisiones están conformados por personas, cada una con su visión de la realidad, pero con un mismo objetivo: reflejarla en todas sus aristas. Y sí, hay líneas editoriales y opiniones, eso enriquece y a veces cabrea, pero se puede elegir y hay variedad. Los periodistas podemos cometer errores, pero también podemos aprender de ellos sin la rigidez de una fórmula matemática imperando en nuestro comportamiento. Además, somos sensibles a la crítica de los lectores.

La próxima vez que viendo Facebook piense «este periódico solo publica noticias del corazón, y yo que pensaba que era serio» deténgase un minuto. Reflexione: ¿No será que usted ha opinado o pinchado en esas noticias, aunque sea para quejarse? Y después haga un ejercicio. Abra la página web o la edición en papel de ese mismo diario. Verá que la noticia de apertura son los bombardeos en Siria, las muertes de refugiados en el Mediterráneo, la situación en Venezuela o la deuda la noticia de miles de millones que los españoles ya no recuperaremos del rescate bancario. Noticias que puede que nunca hayan pasado por su muro de Facebook, aunque los periódicos sí han informado sobre eso. Y no habrá sido decisión directa suya.

Si los algoritmos nos ponen una venda en los ojos, la única solución es ser conscientes e intentar abrir una rendija por la que ver otras realidades. Un mundo anestesiado solo con aquello que nos gusta o nos resulta cómodo puede ser muchas cosas, pero nunca un mundo con un buen futuro.