Hay voces que conviene casi siempre escuchar. Y la de Íñigo Errejón es una de ellas. No se calló en Vistalegre cuando le disputó el liderazgo a Pablo Iglesias ni se calla ahora que ha perdido la portavocía de su partido y ha sido desplazado a la segunda fila del hemiciclo. Medirse con Iglesias fue sin duda un acto de gran inteligencia política, una cualidad que abunda en una de las cabezas mejor amuebladas del panorama político español. Fue, por otra parte, un acto de enorme valentía, con el que pocos contaban. Y eso dice mucho de su coherencia y arrojo.

Errejón sigue teniendo, además, la capacidad de leer como pocos la realidad de una sociedad compleja y enmarañada. Por eso se alzó, aunque le costara el puesto, contra esa amenaza de uniformidad que se ceñía sobre el recién creado Podemos y reducía su campo de actuación a un camino demasiado estrecho y trillado.

En su última entrevista a El País, el ex portavoz de Podemos vuelve a situar el debate de la izquierda en el lugar del que nunca debería haber salido. Sólo podrá haber Gobiernos progresistas si PSOE y Unidos Podemos se entienden. Lo que vale para Ayuntamientos o Comunidades autónomas debe también valer para el conjunto del país. Será la única forma, que nadie se llame a engaño, de desbancar del Gobierno a un PP acribillado por la corrupción y de soldar la brecha social que tanto castiga a las clases trabajadoras.

A Errejón le sobra osadía, igualmente, para plantear en esa misma entrevista uno de los temas más incómodos y controvertidos para la izquierda de la izquierda. La bicha del patriotismo. Como si el PCE desde su fundación no hubiera llevado asociado indisolublemente el nombre de España a sus siglas, la II República no se hubiera denominado República Española o los exiliados tras la Guerra Civil no hubieran llevado el nombre de España en lo más hondo de su corazón. Acierta el dirigente de Podemos abogando por un «un patriotismo fuerte y desacomplejado» para España. De esa España, «de la que debemos sentirnos orgullosos». Es bueno que alguien joven, nacido en el fragor de las batallas del 15M, curtido en la defensa de los derechos sociales, de los más indefensos, de los excluidos, referente ineludible en la lucha contra los estragos del neoliberalismo y capitalismo salvaje en la juventud, vaya articulando un ideario en el que no falte el doloroso pensar de qué es España.

Aun así, la izquierda sigue patinando en la llamada cuestión territorial. Anda desarbolada ante el guirigay que se avecina, o en el que ya estamos instalados, con la cuestión catalana y el inminente 1-O. Quizá vaya siendo hora de que empecemos a desdeñar entre tantas voces «las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna». De quienes se enredan en sofisticados pensamientos de los que no saben cómo salir. Porque no puede valer una cosa y su contraria al mismo tiempo, porque no se puede estar a favor y en contra de un referéndum disgregador e ilegal, y hacer como si aquí no pasara nada. No vale ya nadar y guardar la ropa. No vale reconocer el carácter anticonstitucional de la consulta pero ofrecer a continuación las instalaciones municipales para que se celebre con el pretexto de que es una 'movilización popular'.

Quizá haya llegado el momento de que nos paremos, como decía Machado, «a distinguir las voces de los ecos». Voces que se atrevan a romper los grilletes que atenazan un ideario anclado en demasiadas ideas recibidas. Siempre se ha dicho que el movimiento se demuestra andando.

Pero aquí parece ocurrir lo contrario. Quien avanza, paradójicamente, es Rajoy desde su inmovilidad, y quienes están estancados son aquellos que corren desaforados sobre una cinta estática, que lejos de llevarte a alguna parte te mantiene siempre en el mismo lugar.

Alguien debería saltar de esa cinta estática para emprender un camino que habrá de hacerse, como decía el poeta, al andar. Errejón hace amagos pero no termina de decidirse. Mientras tanto, 'el problema catalán' a medida que se recrudece, está llamado a dinamitar no sólo a PSOE y Unidos Podemos internamente, sino cualquier atisbo de entendimiento entre ambos.