Cuando, entrados en los predios de la jota, esperábamos encontrarnos con una fauna verbal de contenido híspido y taciturno, acorde con la aspereza de la consonante velar que nos remueve y nos raspa la campanilla, resulta que nos salen al encuentro cantidad de vocablos divertidos y graciosos, muy apropiados para gozadores de la vida, que solo con nombrarlos nos alegrarán también la nuestra. Para empezar, ahí está jovial, primo hermano de jubiloso, para decirlo de los que presumen de alegres, festivos y apacibles; y más allá jocoso, para los que gustan de la gracia y el chiste, que, en quítame allá esas pajas, puede transformarse en jotero, para el que canta y baila; y sin buscar mucho, nos encontremos con jaranero, juerguista o juguetón, aplicables de oficio a quien juega, retoza y se entrega a la diversión y la fiesta, aunque sea sin ningún motivo.

Pero en jacarandoso, vocablo extendido y casi inacabable, con su música en que se suceden y no se oponen los sones estridentes, explosivos y suaves, iluminados por la claridad y el optimismo de tantas vocales abiertas, es donde encontramos el compendio, corregido y aumentado, de la diversión y la fiesta.

Porque el jacarandoso es el alegre y desenvuelto, el guapo y baladrón, el amigo de la jácara que se entrega a cantar y bailar, en recinto cerrado o retozando y alborotando por la calle, lo que le convierte en un personaje donairoso cuya alegría y desenvoltura, a veces excesivas, pueden causar molestia o enfado.

Y a nosotros, cuando nos llega el eco de vocablo tan inquieto y danzarino, la lengua, los pies, las manos y todo el cuerpo se nos ponen bailones y jacarandosos.