Los ángeles son personas. No hay muchos, pero están aquí para que nos demos cuenta de que siempre podemos dar un poco más, hacer las cosas con mayor esmero, aunque nos creamos magníficos en todos los órdenes de la vida.

Un ángel vino a verme hace veinte años y se me quedó muy cerca, ya para siempre, para que aprendiera todo aquello sobre lo que nadie me instruyó cuando me soltaron a la vida independiente.

Llegó con una tarea encomendada: ocuparse de mis hijos mientras yo trabajaba, y no solo cumplió el trato, sino que acabó mimándoles, queriéndoles como suyos, contagiándoles su sonrisa y su ternura, cubriendo los huecos que dejaba mi ausencia con más entrega que yo misma.

Me enseñó trucos y recetas, pero más sobre la paciencia y dedicación que merecen quienes nos rodean. Aprendí de Geografía, la física y la humana: gracias a ella conocí las casas-cueva de Campos del Río, las fiestas de la Torre Alta, las carrozas de Molina de Segura... pero, sobre todo, la bondad de quienes lo tienen todo cuando hay para alimentar a una gran familia y no se necesita mucho más.

No hubo arroces, migas de harina o postres que preparara en su casa que no llevaran palabras de recuerdo para mis niños: le faltaba tiempo para traerles una parte a 'los críos'. No hubo cumpleaños sin sus tartas de galletas, ni Navidades sin sus dulces murcianos.

Alguien me preguntó si no sentía celos del cariño que le profesaban mis enanos, pero era imposible que un ser tan generoso y noble pudiera despertar ningún sentimiento oscuro.

Única para quienes la quisimos y la añoramos, ha sido de esa raza de madres entregadas que no supo de frivolidades y que defendió sus razones con amor y con trabajo, con sabiduría, con ejemplo.

Solo hace un año, y demasiado joven, se nos fue de un plumazo sin poder cumplir el sueño de ver hacerse adultos a mis hijos y a sus nietos, tan chiquitos todavía.

Todo su pueblo, La Torre Alta de Molina, estuvo con ella entonces, como ahora, recordando cuánto bueno nos enseñó y nos sigue enseñando toda su familia.

Josefa Garrido Belchí, qué suerte haberte tenido en nuestras vidas.