Llegan los exámenes finales y con ellos la vida parece revolucionarse. Los chicos se quejan de que no son del todo justos. Creen que son poco fiables, caprichosos, y que colocan cosas importantes en manos del azar. Y tienen parte de razón. Una vez superados, nadie los echa de menos. Sin embargo, no se dan cuenta de lo parecidos que son a la vida. Es verdad que están hechos para medir cosas que son difíciles de medir. Exactamente igual que la vida. Cada día que vivimos es tan escurridizo y rápido que, si nos paramos a pensarlo, siempre nos deja con la sensación de ser unos aprendices. Y la vida se llena tanto cada día que eso hace que vaya más deprisa que las palabras o los números. Es tan misteriosa y loca como las risas de las niñas que salen de la cocina donde se supone que están estudiando matemáticas. O como la voz de su hermana mayor que, en el pasillo, delante del espejo, suena distinta a como sonaba en vísperas del último examen. También está hecha de cosas que no podemos entender y de otras tantas que, de tan humildes, no llaman nuestra atención y solo reparamos en ellas cuando ya es demasiado tarde.

¡Qué difícil resulta separar el grano de la paja! Sobre todo a la hora de la cena, cuando la información se amontona sobre la mesa a una velocidad y con tan poco rigor que nada tendría que envidiar a cualquier conversación de Twitter, principalmente en época de exámenes, cuando los rumores campan a sus anchas para que los estudiantes más despistados tengan algo a lo que aferrarse. ¿Deberíamos estudiar todos los temas si dicen que alguien ha conseguido las preguntas?

Cada día hay por lo menos una historia que no tiene explicación, como una pregunta mal formulada que nos obliga a improvisar. ¿Qué puede significar que la profesora de Lengua se diera la vuelta de pronto y acusara a Virginia de copiar cuando ella no hacía nada? La vida entonces parece injusta, pero solo si olvidamos que otras muchas veces nos salvó una corazonada. ¿Qué nos llevó a repasar un minuto antes justo la parte que luego entró en el examen? Cada día tiene su examen final y es inevitable que lleguemos a él sin haber dormido lo suficiente, creyendo ignorar lo que en realidad está escondido en la memoria, olvidando lo que hace un momento sabíamos y temiendo un resultado que nunca será el que esperamos.

Inclinados sobre el folio o con la mirada perdida, la vida nos esperará siempre con una lección aprendida a medias.