El consejo de redacción de un diario es la única empresa política unívoca y constante, dijo un sociólogo. En efecto, no hay otro ámbito político donde se discuta hasta la última tilde con meticulosidad extrema. Un político es obligado a responder acerca de la noticia de hace un minuto, sin preparación y sin información. Un consejo de redacción tiene toda la tarde noche para decidir qué foto elegir o qué palabras poner en boca de un líder, o que impresión crear mediante la preparación de la noticia. Por eso el periódico es una empresa sin parangón para la época dorada de los signos, de la hermenéutica y de la reflexión.

Esta intensa producción de significatividad le hace menos relevante para la época de la comunicación intransitiva en que vivimos. El periódico lanza su mensaje cifrado a un público que quiere impresiones directas. Es como si hablara en sumerio cuneiforme a un público de videoclips. De este modo, el periódico se queda cada vez más para los lectores atentos, que es sinónimo de lectores viejos. La diferencia entre el público digitalizado y analógico tiene que ver con esto. El que entra en la comunicación digital sólo está pendiente de la siguiente reacción. El periodismo está dispuesto como si su comunicación fuera la última del día. El público digitalizado solo tiene la unidad del instante. Así surge un desencuentro creciente entre el periódico y el usuario de redes. El primero cree que va a ofrecer un sentido construido. El segundo sólo sabe de reacciones. Para el usuario digital, salir de esa cadena de respuestas es irse al desierto. Al mediodía, el periódico ya se ha quedado en la edad de piedra de la pasada madrugada.

Por supuesto, una sociedad democrática necesita de todas las perspectivas y de todos estos regímenes temporales. Una de las revistas más interesantes del momento, Contexto y acción, tiene el lema brillante de ser la revista de los que no temen llegar tarde a las noticias. Esto es fantástico y por eso es preferida por los que deseamos darle vueltas a las cosas. Tiempo del instante, tiempo de la duración, tiempo reflexivo, tiempo del pronóstico y de la experiencia, tiempos de ida y vuelta, hay muchas formas de vivir la temporalidad y una sociedad bien constituida debe atenderlas todas. Los periódicos son decisivos para esos tiempos intermedios y, aunque cabe preguntarse si esta función puede hacerlos todavía rentables, no cabe duda de que son funcionalmente necesarios. Generan esa comunidad de mirada que se forja en los espacios y los tiempos ampliamente compartidos y, en cierto modo, ofrecen los marcos para la dispersión de las microcomunidades digitales.

Aunque el periódico es una empresa política constante, su relación con los partidos no es unívoca. Justo por eso, las posibilidades de una concentración de poder o de autoritarismo disminuyen drásticamente con la prensa. Por mucho que haya afinidad entre un partido y un periódico, la lógica del primero no será jamás la lógica del segundo. Uno tiene votantes y el otro, lectores. No son dos conjuntos idénticos. Siempre hay en los partidos, por lo demás, mayorías y minorías, y mil huellas de batallas políticas pasadas y futuras. Los implicados en ellas usarán y se dejarán usar por la prensa para las siguientes escaramuzas. Un partido, por mucho que tienda a la unidad de sentido, jamás puede imponerlo del todo. El jefe del consejo de redacción, sí. Este puede intervenir en la fronda en que a menudo se convierte un partido de un modo decisivo, pero si hay oficio, tacto y prudencia, lo hará de modo indirecto, persuasivo y con cierta distancia y objetividad. Su retórica y su lógica no puede ser nunca la de la batalla política directa.

Escandalizarse de que todo esto suceda es como escandalizarse de que nieve en invierno. La nieve es molesta, pero trae beneficios. La prensa también. Y cuando hace su trabajo bien, puede ser tan interesante como un paisaje imponente. Lo que no se le puede pedir es imparcialidad. Es parte de la vida pública y esta se organiza en antagonismos. Pero todo esto no es óbice para que, como cualquier otra instancia, la prensa haga buena o mala política. El desconcierto actual de la opinión pública británica es, en gran medida, resultado de la mala política de gran parte de la prensa. La Primera Guerra Mundial, como vieron los primeros críticos de la cultura de masas, no habría sido posible sin una política nefasta de la prensa europea. Si no debemos escandalizarnos de que la prensa haga política, no por eso debemos olvidarnos de reclamar responsabilidad cuando hace mala política. Incluso cuando eso suceda, quizás debamos verlo como un síntoma de desorientación. En efecto, un periódico es un arma tan poderosa, que nadie elige voluntariamente emplear mal una herramienta tan fecunda. Cuando un gran periódico hace mala política, debemos preguntarnos de qué es síntoma. Quizá lo es de esto: se ha quedado sin causa positiva que defender.

Creo que soy objetivo si digo que millones de españoles son conscientes de que un gran periódico como El País se encuentra en esta situación. Lo prueba su política reactiva, que ya no puede marcar una línea de intervención persuasiva en la política española a la altura de su trayectoria, significado y experiencia. Este asunto ha rondado la Universidad de Verano de Podemos, que se ha celebrado en Cádiz con bastante público y, con toda la humildad de lo que me concierne, me atrevo a poner como ejemplo la entrevista que Elsa García de Blas me dedicó el pasado viernes, víspera de mi intervención con Íñigo Errejón en la citada universidad. Sencillamente, esa entrevista fue sólo reactiva e injusta conmigo, con Pablo Iglesias y con Podemos. Conmigo porque, sin aludir a mis argumentos y reflexiones durante más de una hora y cuarto sobre tipos de liderazgo, me hizo aparecer como una persona centrada, casi obsesionada, en cuestionar el liderazgo de Iglesias. Y la verdad, yo no soy de ese tipo. Conmigo y con Iglesias fue injusta, porque puso en mi boca que lo califiqué de resentido. No se podrá acreditar tal cosa en la grabación. Hablé de resentimiento y de cizaña, pero lo atribuí como hipótesis a los anticapitalistas que votaron en contra de sus propios intereses en Vistalegre II. El resentimiento podría ser la explicación de una actitud tan irracional.

Recuerdo este paso bien porque Elsa me hizo la pregunta directa: «¿Es Iglesias un resentido?». Le dije que no, pues finalmente, argüí, puede estar orgulloso de lo que ha logrado, reunir cinco millones de votos. El resentimiento no es la pasión dominante de quienes han logrado algo grande. Y finalmente la entrevista fue injusta con Podemos, porque ignoró mi tesis: que la inmensa mayoría de esos millones de votantes representan la voluntad de actualizar e intensificar los ideales emancipatorios de la democracia española, cuya defensa ejemplar desde 1976 hizo de El País el gran periódico que iluminó nuestra juventud y madurez.

Por supuesto, nadie discute la libertad del periódico de orientar las palabras del entrevistado desde la libre selección de lo que se supone que interesa a sus lectores. Por supuesto que la práctica totalidad de las opiniones que se me atribuyen en la entrevista son mis opiniones.

Pero prefiero argumentar a calificar a personas. Y puestos a clasificar a Iglesias, me gustaría saber qué otro líder político español sería capaz de entrar en diálogo durante hora y media con alguien que es contrario a muchas de sus ideas y ofrecerle la tribuna intelectual de su partido para debatirlas ante más de 300 militantes. Si como he defendido en mi libro, Podemos es una comunidad de aprendizaje y experiencia, entonces no se puede cosificar a Iglesias en una foto fija.

Los diarios precisamente nacieron para apreciar los cambios y respetar la realidad.