Como animales que somos protegemos nuestro territorio y nuestro clan, nuestra manada. Cuidamos del resto de miembros, tenemos sentido de la propiedad y recelamos de quien invade nuestro espacio. Pero sobre todas las cosas hay algo que nos jode que nos toquen: nuestra compra en la cinta transportadora de la caja. Un hijo... Vale. Nuestro coche... Vale. Nuestra pareja... Vale. Pero, ¿mi compra? ¡Ni de coña! Raudos clavamos ese separador de plástico que evita ese enorme mal: que la compra de otro roce la nuestra. Claro que sí.