Ganamos autónomos todos los días. Crecen como setas aunque no caiga una gota. Tanto o más que los contratos laborales, que cada hora se multiplican, dividen y, por supuesto, restan estabilidad a jóvenes y mayores. Todos precarios y autónomos. Porque no conviene abusar y unas cuantas miles de cosas más celebro que la autonomía no llegue a las costas gracias a nuestra Asamblea Regional, que ha parado el montaje de las grúas cuanto ya se adivinaban en el horizonte. La Comunidad no podrá privatizar aún más nuestro litoral. No queremos más autogobierno, lo que dice mucho de nosotros y de los que, por nuestro mandato o culpa, nos gobiernan. Es más, si nos dieran a elegir en, con perdón, un referéndum igual renunciábamos a la autonomía para gozar, sí gozar, del nivel medio nacional de los servicios públicos, por no decir de los cánones de paraísos como el País Vasco. Mientras los catalanes reclaman la independencia, los murcianos huimos de nuevas competencias. Aquí no nos haría falta ni artículos 155 ni urnas. A mano alzada votaríamos a favor para acabar con la sequía que padecemos en educación, sanidad, pensiones, atención a mayores, inversiones? cayendo en brazos del Gobierno central para que, al menos, asumiera nuestro déficit. Mientras Cataluña sueña, como atacada por una insolación, por la independencia como solución a su economía y a sus casos de corrupción, Murcia con la dependencia conseguiría aumentar su estado de bienestar y, encima, trasvasar su déficit a Montoro. España perdería a Cataluña, pero ganaría el cariño aún mayor de Murcia. Y puestos a hacernos querer, no hay color entre la butifarra y nuestras morcillas. Como no lo hay entre la nova canço y el trovo. O entre la Sagrada Familia y nuestra Catedral, acabada e, incluso, rematada con una hermosa cadena. Ya sé que ellos tienen otro seny más serio, algo más de industria, un deporte y una cultura de base y no de clase, una sociedad civil más articulada, unas infraestructuras y unas ciudades con aire europeo y, ante todo, un bienestar que ellos reflejan como malestar cuando ya lo quisiéramos nosotros. En fin, es hora de desconectar.