La etapa estival es una fecha ideal para realizar actividades de ocio cerca del mar y en Cartagena por su acogedor puerto, el acercamiento al Mediterráneo es una invitación constante. Debemos trasladarnos a 1874 para rememorar el momento en que se concibe el entorno portuario como espacio de esparcimiento, fecha en que se autoriza el relleno del trozo ganado al mar, justo delante de la muralla donde hasta entonces llegaban las aguas. Se construye así el muelle de Alfonso XII, que pronto pasaría a ser una de las zonas urbanas más concurridas, donde un trasiego de paseantes circulaba entre quioscos, jardines y orquestas.

El colofón al ambiente festivo llegó en 1887, con la colocación de la feria en la explanada del muelle. Años más tarde, en 1907, se pasa a desecar la antigua dársena de botes que había delante del Palacio Consistorial. Habría que esperar a 1923 para ver como la Plaza de los Héroes de Cavite prolongaba el ambiente de la Calle Mayor, dando origen al gran paseo de la portuaria.

A fines del XIX y principios del siglo XX, la idea de darse un baño se convirtió en un bien preciado tanto por los beneficios a efectos de salud, como por ser un recurso para pasar el tiempo libre. Si bien, entre los miembros de las clases más altas, especialmente en la aristocracia, se tendría mucho cuidado con los rayos de sol, siendo la piel blanquecina un síntoma de distinción. Adentrándonos en los años 20 puede contemplarse como la tez bronceada empezará a ser un atractivo físico, pero en algunos sectores de la alta sociedad se esperará algo más en el tiempo hasta que esa moda consigue cuajar, por lo que la sombrilla se torna en un elemento esencial para protegerse del más mínimo rayo que pudiera rozar el cutis enturbiando su color blanquecino.

En este contexto, se inaugura en 1912 en Cartagena el Real Club de Regatas, donde se podía acceder al mar a través de la patacha, unas tablas de madera para paso exclusivo de los socios. Desde el Club, salían lanchas hacia los balnearios, el de San Pedro (que se encontraba en la rinconada del dique de la Curra) y el Chalet (a las laderas del monte Galeras), quid del veraneo cartagenero sin salir del casco urbano. Ni que decir tiene que en ambos se custodiaba el recato y la moral, uno de los objetivos de las barracas de madera allí instaladas.

Otras instalaciones de carácter privado podían ponerse por el puerto para pasar un día cerca del mar, imagen revivida el pasado 2 de julio a través de un photocall de época, organizado por la Asociación Cartagena de mi Alma. Dicha asociación cultural, para recrear la escena del verano modernista, pidió colaboración al Real Club de Regatas, animando a socios y socias a vestir la indumentaria de aquel periodo. La colaboración se materializó con la presencia de una barca de remo y algunas personas ataviadas con elementos que hacían un guiño a la época en cuestión.

En ese tiempo, también se bañaban en la dársena de botes los chavales conocidos como 'icues', quienes no tenían para pagar cuota de socios en club alguno ni recursos para disfrutar de instalaciones privadas, pero no por ello se quedaban sin baño. Paseaban y correteaban por el puerto, y sin pensarlo se zambullían en el agua, ellos sí con una piel bien morena.

La vida que transcurría era la propia de una ciudad mediterránea, se paseaba y mucho, se charlaba en las terrazas, en los cafés? Se acudía a la feria, se hacían bailes, se festejaban las veladas marítimas; en definitiva se trataba de una localidad con un gran atractivo tanto para la población endógena como exógena.

Hoy, recuperar el ambiente de los veranos de Cartagena es un objetivo en curso que puede sin duda contribuir al desarrollo local, desde el punto de vista turístico, a la vez que puede aportar grandes ventajas a los propios cartageneros y cartageneras.