He perdido la cuenta. Admito que sería incapaz de dar una cifra de cuántas personas me felicitaron ayer. Entre Facebook y Whatsapp, recibí un aluvión de mensajes en los que me deseaban lo mejor para mí y para mi familia y que pasara un gran día. La verdad es que da gusto ver que se acuerdan de uno, aunque sólo sea porque el ´caralibro´ se chive y avise a todos tus amigos virtuales de una fecha tan señalada. Aprovecho para darles las gracias a todos a través de estas líneas.

Porque resulta gratificante leer tantos mensajes de tus familiares. Mensajes de amigos cercanos que, a veces, parecen estar a miles de kilómetros, ante las dificultades que nos creamos para sacar tiempo para un simple café. Mensajes de otros que están en otro mundo, a una distancia tremenda, pero que buscan cualquier resquicio en su agenda para hacerte un hueco, que aprovechas porque él sí está muy lejos. Mensajes de antiguos compañeros con los que te sigues cruzando a diario, pero también de algunos que no has visto desde los ya lejanos tiempos de estudiante, pero de los que guardas un buen recuerdo y quien sabe si te volverás a cruzar algún día. Mensajes de quienes se han ido integrando en tu vida a través del trabajo, de quienes se han cruzado por casualidad en tu camino o de quien se ha unido a tus rutinas gracias a esa nueva vida social que se inicia cuando tus hijas empiezan a ir al colegio.

Unos y otros se han detenido un instante para escribir una felicitación más o menos corta, más o menos original, más o menos cariñosa, con más o menos dibujitos, pero que, en todos los casos, son suficiente para darte algo del cariño que tanto se recibe el día de tu cumpleaños. Así que gracias otra vez.

Además de los mensajes escritos en las redes sociales, también recibí las felicitaciones con sus correspondientes besos y abrazos de las personas más cercanas. Y, de esas, las que no pudieron hacerlo en persona, no se olvidaron de hacerlo por teléfono. Ellas son las personas a las que más quiero y las que más me quieren. Esas que siempre están ahí, que nunca fallan, y a las que a veces no valoramos todo lo que se merecen. Sin ellas no habría cumpleaños feliz. No habría nada.

Si les cuento esto es porque hubo dos felicitaciones que me sorprendieron gratamente y que me hicieron reflexionar sobre la importancia de las cosas pequeñas, de los pequeños detalles y sobre lo poco que cuesta alegrarle a uno el día. Una fue la de un amigo de siempre, de esos que te han acompañado desde niño y que te siguen acompañando ahora que ya no lo eres tanto. La otra fue la de alguien a quien aprecio mucho, con la que he compartido momentos difíciles, pero también muchas alegrías, alguien a quien siempre agradeceré que confiara en mí. Estas dos personas podían haber escrito su felicitación a través de Whatsapp o en mi muro de Facebook, pero en lugar de ello, optaron por pulsar mi contacto en su agenda de su smartphone y apretar el icono del teléfono verde que salía en la pantalla para decir con una sonrisa: «¡Felicidades viejo!» y «¡Felicidades Andresín!». Seguidamente, dialogamos unos breves minutos para ponernos al día y culminamos con el deseo de vernos pronto para poder brindar con la excusa del cumpleaños o con cualquier otra.

Sus dos llamadas me reafirmaron en esa sensación que me invade cada día más de cómo las nuevas tecnologías y, en particular, ese ordenador portátil multiusos y manejable que llevamos en la mano nos está deshumanizando hasta el punto de no arrancarnos a llamar a nuestros amigos para escuchar su voz y que escuchen la nuestra ni siquiera el día de su cumpleaños. Y no lo digo con motivo de mi aniversario, porque confieso que yo soy el primero que, casi siempre, se limita a la felicitación corta en las redes.

Internet nos abre las puertas a la comunicación global y nos ofrece herramientas que nos permiten estar más cerca que nunca de los nuestros por muchos kilómetros que nos separen, pero también lo hemos convertido (yo el primero) en ese obstáculo que levanta una tremenda barrera para el diálogo incluso con las personas que tenemos sentadas a nuestro lado. Alguien muy cercano a mí se lamentaba de que los adolescentes y los jóvenes de hoy en día no saben mantener una conversación coherente en la que expliquen cómo se sienten, que les cuesta cada vez más expresar sus sentimientos y emociones, porque llevan demasiado tiempo haciéndolo a través de emoticonos de caritas, de todo un catálogo de dibujitos con los que algunos mantienen conversaciones virtuales a través de Whatsapp sin necesidad de escribir ni una sola letra, jóvenes que necesitan un teléfono móvil en las manos para comunicarse con los demás. ¿Exagera? Miremos a nuestro alrededor.

No sé si, ahora que han intercambiado los puestos, nuestra nueva alcaldesa y su antecesor han mejorado su comunicación, pero sí me consta que ambos son grandes usuarios de las redes sociales. Espero que en este nuevo bienio, sean capaces de dialogar y consensuar cosas buenas e importantes para nuestro municipio, aunque lo hagan a través de Whatsapp y de Facebook. Así lo compartiremos y lo retuitearemos todos. Será más impersonal. pero también más transparente.

¿Y tú? ¿Qué estás pensando?