¿O mindundis? Lo que era de sentido común, ahora ya es de común conocimiento. La lógica apuntaba que en un universo con millones de sistemas solares e incontables galaxias no iba a ser nuestro desastroso y desastrado planeta el único en albergar vida? tal y como nosotros la conocemos, naturalmente. Eso sería un despropósito de orates, claro. Pero ya no. La ciencia astronómica ha venido a poner cierta cordura, y en el descubrimiento de un vecino sistema solar al nuestro, a 'solo' cuarenta añoz-luz del nuestro, se aprecian, al menos, siete planetas similares a éste, cuya base biológica es la existencia de agua líquida, tal que aquí, y cuyo tipo de vida, por lo tanto, sería muy parecido al que nosotros disponemos y malgastamos. Lo del estado evolutivo y nivel de inteligencia sería otra cosa, por supuesto. Que el nuestro, a punto de destruir el hábitat del planeta, tampoco es para tirar cohetes.

El ser humano de aquí (ahora habrá que decirlo así) ha recibido a lo largo de toda su existencia un camotazo tras otro en su estúpida presunción de ser el centro de todo lo creado. Las religiones han tenido mucho que ver en eso. En un principio, creíamos que el sol y los planetas giraban a nuestro alrededor. Y no era así. Luego, que nuestro sistema solar era el centro de toda galaxia. Y tampoco. Después, que no había más universo que el nuestro. Y ni hablar del peluquín. Y así, una vez tras otra, la ciencia nos ha ido poniendo en nuestro sitio y lugar, y bajándonos de cuantos taburetes nos habíamos subido. En realidad, mal que le pese a nuestro orgullo teocrático, somos la última cagarruta del último culo del más recóndito universo de toda la vasta creación. Y dando gracias que estamos dotados de la facultad de pensar (tampoco mucha) que de razonar, ya es harina de otro costal.

Yo, claro, solo sé lo que veo y noto. Y noto y veo que el personal, unos más, otros menos, nos pasamos la vida mirándonos el ombligo desde que la comadrona nos capó el cordón. Y que solo vemos nuestro propio agujero negro. Y que, como mucho, lo ampliamos a nuestro equipo de fútbol, a nuestro idolatrario, a nuestro barrio, a nuestro pueblo, a un territorio con sus folklores y torcidas tradiciones, a los que llamamos patria y nos partimos el miope ojo del culo por ello. Pero no pasa de ser un ombligo de ombligos. Y que nos cegamos voluntariamente para no tener que ver e ir más allá, no sea que la luz nos haga ver lo que no queremos ver de ninguna de las maneras. Y así solemos permanecer, aletargados dentro de nuestros oscuros ombligos hasta que nos sobrevenga el desnacernos de donde nacimos, para seguir muriendo en otra realidad. Acuérdense de aquel tremendo «dejad que los muertos entierren a sus muertos», que aún nadie ni iglesia alguna ha querido aclarar.

Es lo que hacemos cuando no queremos hacer lo que debemos hacer. Vemos una injusticia, un latrocinio, un abuso de lo público, una estafa a la sociedad, un engaño, una mentira, un robo descarado, una violación de los más elementales derechos, y nadie dice a nadie «juntémonos, unámonos, protestemos y luchemos» o algo parecido. Cuando yo hablo y escribo sobre los refugiados, por ejemplo, sobre los miles de niños que están siendo raptados para convertirlos en inconfesable mercadeo de órganos y productos de belleza que luego usamos como? en fin, o que están muriendo víctimas del frío, del hambre y el abandono, sale siempre la cantinela a relucir del ¿y yo qué puedo hacer? Yo, nada, pero todos nosotros, mucho. Porque no puedo evitar preguntarme a mí mismo qué pasaría si todos, pero todos, dejáramos de asistir a las fiestas de Carnaval, de Primavera, falleras, cascabeleras y patroneras de guardar y de escagarruciar, que hubieran, porque queremos en conciencia que ese gasto público se desplace a salvar vidas humanas en nuestras fronteras. Ya, ya sé, se me contestará con una sonrisa conmiserativa y con el comentario de siempre, de que esas fiestas también producen riqueza a los pueblos. Como gesto, puede servir, aunque valga de poco. Si solo miramos la casilla del Haber y ocultamos la del Debe nos hacemos trampa a nosotros mismos, porque esa riqueza se nos rebaja luego vía impuestos, con lo que se sufraga el festejo. Pero, aunque así fuese, ¿acaso compartimos esa supuesta riqueza? Tampoco, nos la volveríamos a gastar en nuevas fiestas.

Es tan solo que un simple ejemplo, un modelo, el mándalo con el que funcionamos. Y, encima, tampoco queremos pensar en las consecuencias. Pues toda causa produce un efecto, lo queramos reconocer o no. Lo que pasa es que preferimos ahogarnos en nuestras propias excusas y justificaciones. Así que más vale que aprendamos a nadar, aunque no guardemos la ropa. Porque flotar, no vamos a flotar.

Viernes, 10,30h.:http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php