Entró esta semana el verano, la estación en que la carne se muestra y libera, de modo que toca hablar de sexo. Un par de advertencias (lingüísticas, por supuesto) al respective. Tengan cuidado con el uso del verbo ´allegar´, sobre todo si lo usan en forma pronominal, o sea, ´allegarse´. Sí, significa arrimarse o acercarse: «Yo me allegué a Perón, que se había mostrado sagaz y astuto ante los desafíos del viaje», escribe el gran Tomás Eloy Martínez. Pero ojo al parche pues, aunque esté en desuso, también ´allegarse´ quiere decir «conocer carnalmente a otra persona». De manera que si usted declara que se va a allegar a Margarita o a Margarito aprovechando los calores caniculares es posible que alguien interprete que se dispone a practicar un coito (siempre me sonó a intervención quirúrgica expresión tal) margariteño. Y va el segundo aviso mediante una pregunta: si llamamos ´voyerista´ a la persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas, ¿cómo definiríamos tal actividad? ¿Con palabros como ´voyerizar´ o, siguiendo el gusto posmoderno por los archisílabos, ´voyerizatizar´? Qué va, no lo haga, pues desde Costa Rica nos llega la solución: digan ustedes ´samuelear´, que, referido a un hombre, es contemplar o tratar de verle las partes sexuales o los muslos a una mujer. Si hay algún Samuel entre el público, no me achaque a mí la ofensa, hable con los costarricenses.

Como leen ustedes, el idioma español da para todo. Ahora que proliferan los canallas psicópatas que dejan en los parques carne con veneno y cristales envueltos en chocolate para que los perros perezcan; ahora que crecen los miserables ladrones y secuestradores de perros, les explico lo que significa la palabra ´sorrabar´. Es nada menos que besar a un animal debajo del rabo. Literalmente. ¿Una perversión? Nada de eso. La Real Academia Española lo aclara: «Era castigo infamante que se imponía antiguamente a los ladrones de perros». Yo, que soy muy de perros, siento crecer mi lado oscuro cuando con espanto leo noticias sobre la criminalidad contra los canes: me viene ese ´sorrabar´ a la cabeza, como pena apetecible para los culpables de tal maldad pura (o, para qué negarlo, para esos inciviles dueños que o bien adiestran perros en la agresividad, o bien dejan pruebas excrementales de su compañero para vergüenza de quienes somos limpitos).

Aunque acaso fuera suficiente, para que mi lado oscuro se calme, desearles que se conviertan en ´angurrientos´, según lo que significa tal vocablo en México: «persona que orina frecuentemente». (Hago notar que ´angurriento´ vale en otros lugares de la América hispanohablante por ávido, codicioso e incluso hambriento). Y, ya en un deseo de venganza de la que me avergüenzo un pelín, que los diablos los hagan ´escomeados´, o sea, que sufran ´estangurria´ (micción dolorosa). Y, ya puestos, me alegraría que se zurruscaran, ya que ´zurruscarse´ nombra la desgracia de irse de vientre sin que la voluntad medie en el desahogo. Zurruscados, pues, o su contrario: ´estíptico´, que es sinónimo de estreñido, aunque también de avaro y mezquino, qué cosas tiene la lengua española, para qué querrán extranjerismos.

¿Se imaginan el desconcierto de los oponentes dialécticos si uno tirase de ese español desusado y respondiese a los bárbaros así: «Su mala leche de usted procede, sin duda, de lo angurriento que es, si no escomeado, pues solo una estangurria o el aspecto que usted tiene de zurruscarse con frecuencia, a no ser que sufra por estíptico, hacen a un homínido actuar así». Se quedarían sin palabras, perplejos, desconcertados€ el tiempo suficiente para darse uno a la fuga a la carrera, que quien capaz es de maltratar a un perro solo anida maldad salvaje dentro y conviene guardar las distancias con tales monstruos.

Palabras españolas muertas o moribundas, si bien graciosas. Tal parecen ´oblitos´, cuerpos extraños olvidados en el interior de un paciente durante una intervención quirúrgica o, en este caso, durante la habitual intervención lingüística de los anglófilos imperiales.