Como otras religiones, el neoliberalismo exige mucho de sus sacerdotes. Éstos aprenden algo de latín y algo de catecismo, pero suelen fallar en cuestiones básicas. No es raro verlos saltarse hasta los mandamientos. El chiringuito se sostiene, sin embargo, porque el neoliberalismo promete mucho, leche y miel, vida eterna, hasta multiplicaciones de peces, a sus fieles, y les exige muy poco. Solo fe. Solo inocencia. Solo dejar los cabos sin atar, cuando pillan a los curas invirtiendo en pescaderías.

Con esta rebuscada alegoría yo lo que venía a decir es que, a veces, en determinadas capitales de provincias calurosas de esta reserva espiritual, los sacerdotes son tan malos que hasta la feligresía más crédula del continente levanta de vez en cuando una ceja, entre transvasenuestro y AVEmaría. Sobre todo llevan mal lo de la división de los peces: ¿esto no era al revés? ¿No se suponía que privatizaciones y externalizaciones iban a traernos la tierra prometida? ¿No se daba por descontado que el cura había aprendido a administrar el cepillo? Y la gentecilla ésta de la cultura, ¿no debería estar callada y adorando la cruz?

Pues parece que no. Los abusos continuados (acumulación de nóminas impagadas incluida) hacia los trabajadores del Museo Ramón Gaya y otros espacios municipales decidieron al poeta José Cantabella a liarla bien liada en su defensa, tirando de un hilo que llega, ascendiendo en esta peculiar cadena de mando eclesiástico-neoliberal, hasta el cardenal Montoro y sus instrucciones para bordear la ley a la hora de externalizar personal.

Pero agárrate, que a continuación plantaron, los artistas murcianos, una expo guerrillera sobre el soterramiento que va camino de convertirse en la más visitada del año.

Y mañana por la tarde vuelven a concentrarse, esta vez en defensa del Cuartel de Artillería como espacio para la cultura, que corre el peligro de clausurarse este verano y a la chita callando, como acostumbran nuestros prelados.

Parece que la decoración de los puentes y del barrio de Santa Eulalia no ha acabado de deslumbrar a nuestros creadores. Como feligreses del libre mercado nunca han sido los más devotos, pero esto ya está rozando la herejía. Bendita sea, la herejía, si me permitís el oxímoron.

A quién se le ocurre, pero qué hermoso si lo piensas, abrazar un cuartel.