Me preguntaban hace días dos adolescentes qué pasaba con su ídolo del fútbol al respecto de los impuestos, y nos enzarzamos en una conversación de andar por casa sobre el sistema tributario español que me dejó boquiabierta. En este caso se trataba de madridistas, pero la moraleja sirve igual para los forofos culés: los chavales estaban en contra de su icono deportivo y comprendían que todos estamos obligados a contribuir al bien común en función de nuestros ingresos.

No me pilla de sorpresa que los chicos de ahora sean generosos y solidarios; lo que me dejó perpleja fue que, a pesar de las horas de partidos frente al televisor, las camisetas con patente original y las lecturas de los diarios deportivos, el insultante poder que se otorga a los futbolistas no les ha hecho mella: «Que pague él o pague el club, pero que pague, o que se vaya, pero pagando antes».

Cierto es que en España estamos rodeados de impuestos confiscatorios, pero, nos gusten o no, son las normas que nos rigen y valen tanto para Messi o Ronaldo como para usted o yo, que recibimos un pellizco en la nómina todos los meses. Los chavales entienden que si sus padres están contribuyendo al bienestar de todos con una parte que se detrae de sus ingresos, ya puede venirles el repeinado al que adoran a cantar misa, que no cuela.

La solidaridad la puedes practicar en la plaza del Romea de Murcia, donde tomando una pizza donas dos euros a Jesús Abandonado, ayudando a tu vecina a cargar las bolsas de la compra o escuchando a tus amigos, pero también sufragando con esos impuestos que nos gusta tan poquito pagar. Seguro que los futbolistas de élite también ayudarían a ancianas a cruzar la acera si se diera la ocasión, pero que aporten como nosotros, en la escala que les corresponda. Qué pena salir en los papeles por moroso o tacaño, pero qué alegría que la muchachada tenga la cabeza en su sitio.