Desde que los móviles inteligentes, con internet, supercámaras y redes sociales entraron en nuestras vidas nos hemos acostumbrado a mirar la vida a través de la pantalla. Casi tanto, que a veces da la sensación de que muchas personas no saben (o no sabemos) disfrutar del momento sin la cámara del móvil de por medio. Digamos que, si no merece la pena grabarlo o fotografiarlo es que el acontecimiento realmente no es para tanto. Es un argumento simple, pero generalizado. No hay más que ver lo que ocurre en conciertos, procesiones, graduaciones o festivales infantiles. Para poder ver lo que sucede hay que levantar unos centímetros la cabeza para sobrepasar con la mirada los cientos de teléfonos móviles que registran el momento.

Hace tiempo que cuando me sorprendo a mí misma haciendo algo así pienso que, en realidad, me lo estoy perdiendo y paro. Por más que nos hayamos acostumbrado a hacer mil cosas a la vez, si quieres que el vídeo salga bien, tienes que estar pendiente del móvil aunque sea con el rabillo del ojo. Y ya está, en ese momento que miras de refilón a la pantalla ya te has perdido algo. Un detalle se te habrá escapado y probablemente el vídeo no será capaz de reproducirlo. Y si lo hace, nunca podrá provocar las sensaciones del directo.

He decidido compartir estas pequeñas reflexiones después de leer la carta que el cantante de Extremoduro, Robe Iniesta, ha enviado a sus seguidores a través de las redes sociales y en la que pide a quienes vayan a sus conciertos que cumplan el requisito de no sacar el teléfono móvil. «Si lo grabas, te lo pierdes», esta es una de sus interpelaciones a los seguidores. La protección de los derecho de autor está tras su petición, pero también apela a las emociones de vivir algo cien por cien en directo. No sé si sus seguidores le harán caso, pero creo que, en general, es una batalla perdida.

Capturar recuerdos nos encanta porque nos gusta saber lo felices que hemos sido y con quién lo fuimos, claro que la foto perfecta nunca reproduce lo mal que estábamos un rato antes porque nos habían pisado un pie. Los recuerdos que no nos gustan los desechamos.

Una marca de cámaras, 'Go pro', de esas pequeñas que pueden grabar todas las aventuras del mundo fijadas en la cabeza o en el manillar de una bici, emitió hace meses un anuncio en el que venía a decir algo así como «vívelo, no pienses en grabar, nuestra cámara lo hace todo sola». Quizá en el futuro todos llevemos una pequeña cámara en la solapa que registre nuestro día a día y seleccione de forma automática los momentos que realmente han merecido la pena y los guarde. Estoy leyendo Confabulación, el último libro del periodista murciano Carlos del Amor, y su protagonista lleva una cámara así. Si su corazón se acelera, la cámara se da cuenta de que está ante un momento importante y lo guarda en la carpeta de grandes hitos. Así, al acabar el día, uno solo tiene que mirar qué ha considerado el algoritmo importante. ¿Se imaginan? Da un poquito de miedo, sobre todo porque produce vértigo pensar que pasen días y días sin que nada emocionante nos suceda.

La peor parte es que también veríamos todo aquello que no nos gusta de nosotros o los demás y podríamos volver una y otra vez a revivir las cosas. Quienes hayan visto la serie Black mirror seguro que recuerdan un capítulo en el que ese futuro imaginario nos pega una patada en el estómago.

No sé cuánto tiempo tardaremos en volvernos locos del todo, pero, mientras tanto, creo que hay que medir muy bien lo que grabamos o fotografiamos y vivir. Porque si lo grabas, a lo mejor te lo pierdes.