Hoy me van a permitir que, como en alguna otra ocasión, me salga de los temas que normalmente trato en este rincón y les hable de un nuevo libro de la artículista de LA OPINIÓN Josa Fructuoso. El comienzo del libro del que les hablo, Moscas en el cristal, ya promete: «Me enamoré de ella antes de conocerla». Así se inicia la última obra de la autora, que cierra una trilogía que comenzó con Perros de verano y prosiguió con El color de los peces azules.

Este libro, como los otros, refleja mucho la forma de entender y ver la vida por parte de la autora. Los sentimientos, las emociones, la sociedad, la política, la democracia española y la izquierda en general. Y en este contexto se mueve esta novela que arranca en la España de la Transición y llega hasta nuestros días.

Para la autora, Moscas en el cristal se abre y se cierra en un diálogo a una sola voz dando paso a una sincera confesión que encierra, quizás, la culpa, como tema central de la novela, y que será la consecuencia inesperada de un enamoramiento de juventud que desencadenará en una serie de acontecimientos en que la protagonista se verá atrapada. Quizás porque, como aseguran los filósofos, el sentimiento de culpa es una emoción inmovilizante y destructiva. Algo que puede aparecer en cualquier momento de la vida de algunas personas que tienen una especie de vocación por la culpa, ya que no sólo se sienten mal por lo que han hecho sino incluso por lo que podrían llegar a hacer, que es un poco también lo que percibimos en esta compleja obra.

En la novela, que como las anteriores he leído con fruición, es fácil percibir la escritura de alguien culto, cosa que no siempre ocurre en otros y otras escritoras. La formación como filósofa de esta profesora en la materia, que disfruta escribiendo y nos hace disfrutar con su lectura, está presente a lo largo de su relato. Incluso en como se estructura el índice del mismo: tesis, antítesis, síntesis. Y esta síntesis, de inmediato, se vuelve a convertir en una tesis. Tres momentos del proceso dialéctico que se corresponden con las expresiones acuñadas por Johann Gottlieb Fichte, un filósofo alemán considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán.

Así que tras la primera parte, en la que la trama nos deja en un punto de suspense, aparece, como síntesis, una realidad que, sin que los lectores puedan adivinarlo, modificará el curso de la historia que se narra. Y la historia, entre otras cosas, consiste en enfrentarse con una pérdida, o quizás más y, sin lugar a dudas, de un reencuentro de la protagonista consigo misma, que narra desde la primera persona, y que dice cosas como: «Te preguntarás por qué te cuento todo esto ahora o por qué me lo callé antes, durante tanto tiempo, por qué no me abrí completamente a ti y mantuve lo que ahora te cuento en secreto, un secreto que de algún modo me separaba de ti, nos separaba. Lo hago porque he cambiado, porque todo ha cambiado tanto que lo que te cuento podría ya no ser verdad, pero podría ser que incluso nunca hubiera sido verdad y que durante toda mi vida yo hubiera estado engañada, viviendo una ficción. Ahora solo hay una verdad, tu ausencia».

Y ese sentimiento de culpa, y ese sentir la ausencia, impregnan todo el relato. Como si la autora, con esta novela, hubiese buscado agotar todo el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida. Ella, como filósofa, conoce perfectamente que el duelo también tiene una dimensión física, cognitiva, filosófica y de la conducta que es vital en el comportamiento humano, que ha sido estudiado a lo largo de la historia y que se percibe en el transcurrir de esta novela.

Moscas en el cristal es una novela muy recomendable.