Shakespeare, por boca de Hamlet, dijo aquello de que la cuestión era ser o no ser, es decir, actuar o no de acuerdo con la posición que se ocupa y de acuerdo con lo que, en función de esa posición, los demás esperan de uno. En el caso de Hamlet, que era un príncipe, hijo y heredero de un rey asesinado, lo del ser o no ser le pareció claro a Shakespeare y nos lo ha continuado pareciendo a sus lectores de vista o de oído. Sin embargo, cuando no se es príncipe de los de antes ni nada que se le parezca, lo del ser o no ser se complica y empieza a oler mal porque, entre los seres comunes, inevitablemente, el 'ser' se transforma y pluraliza hasta convertirse en 'somos'. Si la asunción de un 'ser', o de una identidad siempre es dudosa, la del 'somos' es declaradamente peligrosa porque suele vivirse e imponerse como excluyente. No se entiende como un nosotros somos de esta manera entre otras maneras diferentes de ser y en un plano de igualdad, sino como un nosotros somos lo auténtico, lo superior, y vosotros la escoria a destruir. Pasa con todo, con las religiones, con los partidos políticos o con los equipos de fútbol.

Si sumamos a la fuerza de la identidad colectiva el deseo de poder, llamado también ambición, tenemos la combinación necesaria para la prefecta alienación que se da en el seno de los partidos políticos. La ambición política está asumida como virtud, hasta el punto de que, cuando alguien no triunfa en un partido político, se suele decir, con lástima, que es por falta de ambición. La ambición, sin embargo, es la excusa con la que todo lo injustificable se justifica en la práctica política, tanto a nivel interno como externo, la ceguera, la falta de objetividad y de autocrítica, el cainismo o la mentira.

Ha vuelto a pasar y ha pasado en lo que se autoproclama como 'nuevo PSOE'. El nuevo PSOE afirma, como el viejo, «somos la izquierda», es decir, «somos la única izquierda», con lo que vuelve a arrojar a la cuneta a todos los que se alejaron de él precisamente porque no actuaba como un partido de izquierdas, al mismo tiempo que desprecia a los que nunca se le acercaron o acercarán. Si se trata de una estrategia para la reconquista, anuncio que me parece un mal comienzo.

En el mejor de los casos, para el PSOE ser o no ser, se demostraría con la coherencia que otorgan los hechos, que estarían por llegar, y no con más palabras. Pero no solo los hechos, lamentablemente, han ido alejando al PSOE de la izquierda, sino que también lo hacen las palabras. Insistir en la creencia de que es el único partido que debe liderar un cambio es, además de torpe, dañino para la ciudadanía. Sería mejor para todos, los que lo votan y los que no, que el PSOE se reconociera como un partido más en la suma de los que pueden promover un Gobierno de cambio porque, si no lo hace, me temo que seguiremos como hasta ahora. Es muy fácil echarle la culpa a Podemos y a Pablo Iglesias, pero es mentira. El problema del PSOE no es Podemos, sino su resistencia a dejar de ser lo que fue.

Las mayorías que el PSOE añora y que se dieron en otro tiempo son imposibles ahora. En tiempo presente, el PSOE tiene tres problemas insuperables: el territorial, el generacional y el de credibilidad. Ha perdido los graneros de votos que eran Cataluña y Euskadi, gracias a su alianza ideológica sobre la unidad de España con el PP y la nueva fórmula de una España plurinacional no va a solucionar el problema porque, al mismo tiempo, sigue hablando de los españoles incluyendo a los que se niegan a serlo y se cierra frente a la posibilidad de un referéndum en Cataluña. El problema generacional, es decir, el hecho de que para los jóvenes no sea una opción de voto, no solo no parece que tenga solución, sino que, al contrario, por ley de vida, tiende a agravarse. Para los abandonados, para los renegados, para los decepcionados se precisarían otros hechos y otras palabras dictadas desde la inteligencia, la humildad y la veracidad.

La humildad no ha aparecido en el discurso de Pedro Sánchez; sobre su veracidad no quiero hacer conjeturas precipitadas y sobre la inteligencia, tengo mis dudas. Insistir en su voluntad de aunar fuerzas para lograr un Gobierno de progreso con otras fuerzas, incluyendo a Ciudadanos y excluyendo a los partidos que 'quieren romper España', demuestra que el hombre o, al menos, que ese hombre llamado Pedro Sánchez, está dispuesto a tropezar más veces en la misma piedra.

Susana Díaz era la voz del abuelo Felipe con sus batallitas; si Pedro Sánchez es la voz de la militancia, ésta también deberá perfilar su mirada. Tal vez no todo esté perdido.