No hace más de tres semanas, en mi último viaje a China, me pusieron sobre la mesa una oferta difícil de rechazar: Un equipo de cincuenta personas, seis millones de euros por adelantado, casa y coche, al objeto de crear y dirigir (y de paso enseñar a dirigir a un discípulo chino) una empresa de base tecnológica innovadora, capaz de competir con cualquier empresa en el mundo. Whatever you need, me decían.

Dos años tenía que estar en China como mínimo, y creíame yo especial, cuando observé que no era al único europeo en la reunión al que se hacía una oferta similar. Cachis. China tiene el dinero, y lo invierte y apuesta fuerte, en innovación, por seguir teniéndolo dentro de veinte años, asomándose con vigor al futuro. Aquí pagamos esas cantidades por pegar patadas a una pelota, con todos mis respetos para el negocio del fútbol.

Aun repensando la negativa dada, de vuelta a mi querida Región de Murcia, leo con perplejidad en la prensa como nuestro recién ungido y no emancipado presidente, Fernando López Miras, se asoma por estribor de un barco para echar un vistazo a la laguna, concluyendo con su súper-visión nefelómetra, que nuestro querido Mar Menor está mejor, claramente. En chino, haciendo un kàn kàn. Casi literal, aunque con mínimo gasto energético por parte de FER, en este caso. Mientras, mis compañeros de Universidad se afanan en los rigurosos análisis, y ahora, además, en introducir rigor científico al discurso, negando con la cabeza, resignados a observar cómo nuestros dirigentes banalizan como nadie.

Lo peor es que ahora lo hacen con lo de comer, nada de gaitas y florituras de adorno que nunca se realizarían como en épocas anteriores, sino con nuestro turismo, con nuestra vida, con nuestro Mar Menor y con nuestra agricultura. Ahí es nada. No les temblará la mano, dicen, en destruirlos, imagino yo, a todos ellos. Puestos ya a aceptar aeropuertos sin aviones, desaladoras que no desalan, estaciones de tren soterradas en superficie, esculturas rotóndricas sin esculpir, parques de atracciones sin atracciones ni marca (pero con suelo recalificado), universidades con indicadores de apoyo en innovación por debajo de la mitad de la media española o parques tecnológicos sin entidades de conservación, qué más da un poco de agua turbia aquí o allá.

Debo confesar que sentí pena, rememoré aquellos quejíos que me quedaron grabados en el bello y remozado mercado de La Unión y suspiré. Hemos tocado fondo, un fondo turbio y microalganizado, un fondo presuntamente corrupto, banal y chulesco. Un fondo imberbe que permite a un político recibir votos con una mano, esquilmar a la clase media con otra y tomarnos el pelo con la vista y la palabra, prometiendo en falso una y otra vez, fotografiándose con el imputado a modo de ariete o indultando al corrupto para su reinserción no traumática entre aquellos a los que ha robado, eso sí, sin devolución alguna.

Si en China saben lo que hacen, aquí andamos perdidos en ese fondo, y llevamos así de perdidos tanto tiempo que creo que algunos se han acostumbrado a estarlo, moviéndose en el fondo ya como en su casa. Huelga ya decir si el Massachusetts Institute of Technology de Rafael Reif, como otros muchos líderes científicos, advierte que la calidad de vida de la que disfrutamos en Occidente se va a trasladar a China, precisamente por liderar la innovación, y, por tanto, la de allí de antes (la de ahora es cada vez menos mala), se nos instalará aquí.

Ante tan hondo penar, sólo nos queda batirnos, luchar contra la política-abuso de nuestros gobernantes, respirar para tomar impulso, una vez más, ayudados quizás por la vigorosa poesía de Walt Whitman, con aquello de «La mayoría vive en un silencio espantoso. No te resignes. Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo. La sociedad de hoy somos nosotros. No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas».

Luchemos por lo nuestro. No permitamos el asalto a nuestra vida. Cambiemos el predestinado y oscuro futuro azul. ¡A las urnas!