Don Ricardo Codorníu, llamado ´el Apóstol del Árbol´ por sus repoblaciones en Sierra Espuña como ingeniero, pero también por haber plantado (o eso creo, que no soy yo el botánico municipal de cabecera) el gigantesco ficus de Santo Domingo que el pasado viernes avisó con un desplome de más de 12.000 kilos de ramas, sobre la plaza en la que se encuentra (supongo que bien y a salvo) su retrato en piedra por José Planes, tributo de agradecimiento de la ciudad; escultura y busto que abraza, en caliza, su nieta Pilar de la Cierva, con un ramo de flores. Se habrá sobresaltado ante el estruendo y el crujido que momentos antes de la quebradura ha avisado de lo que nos echaba encima a peatones y enseres a destiempo y sin vientos que lo justificaran.

La plaza y el ficus tienen su literatura magnífica. Recuerdo una serie de artículos magistrales del escritor José Mariano González Vidal, que es persona de las que más sabe de lugar y vegetal por vivir en edificio hoy ´tocado´ por el accidente inesperado y por haberle seguido la historia al portentoso y gigantesco monumento verde y haberla contado con experiencia propia y cierta ironía que le caracteriza. No hay más que repasar la secuencia en la que cuenta que un simio venido de dios sabe dónde se cobijó en el maremágnun de hojas del árbol y nadie era capaz de bajar al mono del ficus; nunca supe el procedimiento empleado para el desahucio; quizá el de mona en celo, que suele ser infalible desde los tiempos de la Mata Hari (leer a César González-Ruano).

La capital de Murcia es sensible a su emblema y, en ocasiones, ha torcido el gesto popularmente cuando los ingenieros que cuidan de nuestro patrimonio forestal o ambiental, han decidido meterle mano y realizar podas extras, por curar heridas, supongo, y por frenar volúmenes que alcanzan las azoteas de los edificios colindantes. El caso es que en una de esas talas el ficus quedó escuálido, esquelético, lo que inspiró la ironía artística de Antonio Ballester Les Ventes, que realizó una serigrafía (véase la imagen), hoy incunable, como respuesta al disgusto vecinal. Los murcianos, en general, somos críticos con la motosierra; veánse limpieza de jacarandas en la Glorieta de España o en el antiguo Jardín Botánico con explicación sublime del concejal encargado: «Se han cortado ejemplares que estaban repetidos», y la verdadera explicación era que había que dejar sitio a las barracas en las fiestas.

Escribo con levedad de ánimo estas líneas conociendo que, de milagro, no hubo víctimas personales; solo algún rasguño; de no haber sido así y tornado el tema en tragedia, otras serían mis palabras y, por supuesto, mi contento. Ahora bien advierto ya, desde hoy, la gran polémica municipal que se va a abrir en el Ayuntamiento entre equipo de gobierno y oposición. Un acaloramiento que nos aumentará el sofoco reinante inmerecido en estas fechas.