Hará unos quince años o por ahí coincidí con María González Veracruz en lo que hoy es el bar Picoesquina, en la Plaza de Europa, y dijo que me llamaría para tomar un café. Ya me pareció raro que no me pidiera el número de teléfono, pero supuse que era innecesario, pues en los partidos tal vez dispongan de un listado. Desde entonces he tomado cientos o miles de cafés, pero ninguno patrocinado por la hoy diputada, a la que disculpo por la falta de liquidez que cabe atribuir a quienes ejercen un oficio tan mal pagado como el suyo. Y también comprendo que, una vez conectada a causa de sus cargos ejecutivos en el PSOE a los grandes figurones del periodismo nacional, los que ejercemos en provincias carecemos por completo de interés. Imaginemos que la hubieran nombrado, como se insinuó, ministra de Ciencia. En tal caso ¿para qué perder el tiempo con alguien que no podría influir para que al final de su mandato le otorgaran el Premio Nobel?

Sin embargo, tal vez porque me pone el desdén, este comentarista ha venido predicando en el desierto a través de innumerables artículos, muy prolijamente razonados, que María González Veracruz debiera haberse empleado en liderar el PSOE murciano, y que todos los pasos que ha dado para huir de Murcia atraída por otras zanahorias constituían un error, no sólo con graves consecuencias para ella, algo irrelevante, sino para el futuro de los socialistas murcianos. Desde las tribunas nacionales la hemos oído hablar de Murcia, con afectada preocupación, como «mi tierra», esa expresión que utilizan los que no quieren volver a ella, pero aspiran a que al final de su trayectoria les pongan una plaza, como al cardenal Belluga.

¿Qué habría pasado en el PSOE murciano si en vez de que la hija hubiera hecho caso al padre, el padre hubiera hecho caso a la hija? Los socialistas estarían quizá en similares circunstancias, pero al menos habría una cierta proyección de futuro. Rafael González Tovar, que ha actuado durante estos años como testaferro político de su hija (su poder inicial en el partido le fue delegado por ella) ha mostrado previsiblemente que su capacidad alcanza para vocal de la junta vecinal de Nonduermas, pongamos por caso, pero está muy lejos del proyecto que le tocaba: recuperar un espacio político nítido para el PSOE. No es que María González sea el mirlo blanco ni que le asistan más ideas que las de carril (es de las que desgrana de corrido y aplicadamente los argumentarios del laboratorio Ferraz) y siempre cuida de no importunar con conjeturas propias, pero al menos (si se prescinde de una tendencia inevitable hacia el sectarismo en el seno del propio PSOE y de las reiteradas incursiones en el sentimentalismo) dispone de cierta capacidad de aprendizaje, por muy lentamente que lo asimile.

Con café o sin café por enmedio, le he venido diciendo en un montón de artículos que debería haberse lanzado a Murcia antes de que la echaran de Madrid. No pretendo que me dé las gracias, pues ahora tal vez su candidatura llegue algo tarde. Si prospera será porque no hay nadie más, y es que su padre ha dejado al partido como un solar.