Están llenos los paisajes murcianos, los bordes de las carreteras, los montes y montículos, los entornos de los monumentos, de cables y más cables, de antenas y más antenas: de televisión y telefonía móvil, las más frecuentes; de radioaficionados, las menos; de los doscientos mil servicios de emergencias y protección civil; de policías y tráfico; de forestales; de comunicación extraterrestre...

En los años 60 y 70 los cables inundaron los territorios como una plaga a modo de marabunta paisajística. Como resultado los paisajes murcianos asemejan una inmensa tela de araña, de baja, media y alta tensión, tras la que es difícil apreciar cómo de bello es el Valle del Guadalentín, cuánto de plano el Campo de Cartagena, o cómo de frondosos los montes del Noroeste. Una pena.

En los 60 y los 70, ya se sabe, la preocupación por los paisajes era más bien poca, y la planificación del territorio, eso sí que se sabe, era tirando a nula. Por eso viene a ser coherente con la propia historia el que los cables sean el legado de unos momentos en los que nadie planificaba ni pensaba en la calidad de vida general, esa que, entre otras cosas, deviene de pasear viendo sin interferencias artificiosas lo que hay más allá de nuestros propios ojos.

Pero ahora, cuando se supone que se planifica algo más y que los objetivos de calidad de vida son ya una aspiración sentida de la población a la que políticos y técnicos deben dar respuesta, ¿a santo de qué permitimos que se mantengan o se repitan los mismos errores sobre el paisaje?

Si en materia de paisaje los cables y las antenas van clamando al cielo, en materia de protección de los entornos culturales la cosa no es menos grave. Cableado, moderno o cutre, antenas, legales e ilegales, en cercanías de ermitas, molinos, iglesias elevadas y hasta fortificaciones. Raro es el monumento en nuestra región, que no sea catedralicio o principal, que no vaya acompañado de sus correspondientes impactos paisajísticos.

Ocurre lo propio con los carteles en las ciudades. Vallas, anuncios, postes publicitarios, carteles espontáneos y bastidores cutres de todo tipo, la mayor parte de ellos muy frecuentemente fuera de regla, puestos al tuntún, y con mantenimiento nulo. Al menos para este asunto tenemos la buena noticia de que la concejalía de Antonio Navarro en el ayuntamiento de Murcia está promoviendo la retirada de estos elementos tan intrusivos en el paisaje urbano.

En general no sé cómo se soluciona el problema de la intrusión en los paisajes. Quizás haciendo más rígida la normativa, aumentando la vigilancia, u obligando a pasar por cursos de sensibilidad paisajística a los responsables de las empresas y las instituciones. Pero sí sé que es urgente y necesario, y desde aquí animo a quien corresponda a aplicarse el cuento de la protección visual de los paisajes, el patrimonio y el medio urbano.