Es curioso lo que ocurre a los de nuestra generación. Nos pasamos la infancia y la adolescencia, el tiempo universitario de tomar conciencia, oyendo a nuestros padres el eterno consejo: «no te metas en líos». La advertencia llegaba todo lo lejos que puedan imaginar, no solo era no te vistas de uniforme nunca, sé obediente a la norma, no seas rebelde, no milites, deja a un lado los efectos de la guerra (ellos la habían protagonizado y les aterraba repetirla en el futuro), estudia, estudia... monocordemente. Cuando tus compañeros se manifiesten, tú estudia. No corras delante ni detrás de los grises. Padre, quiero jugar al fútbol, y él buscaba rápida respuesta: eso, los domingos. Padre, quiero hacer cine; lo haremos juntos en verano, en vacaciones. Y lo hacíamos, sin remedio de otra manera.

Fuimos unos buenos hijos al dictado de nuestros padres: no nos metimos en líos. Mi padre murió joven, con la Constitución recién aprobada.

Han pasado muchos años, nuestra generación ha sido participativa, tolerante, pareciera que hubiéramos llegado de una experiencia feliz en vez de una frustrante de alas recortadas. Hemos llegado a estas fechas en las que ya mayores nos encontramos con la indigestión de una democracia imperfecta, injusta, con poderes públicos corrompidos, nefasta para algunos ideales puros con los que ningún consejo pudo.

Y vemos víboras mediocres, para ser verdaderas serpientes, vociferar venenos, escribir sobre sus propios egoísmos y traicionar mejor que se traicionaba en Roma. Algunos nos cuidamos de leer estos edictos y estas indigestiones vomitivas y también nos reservamos de canales de televisión que son basura; aun así la tecnología no nos evita el berrinche porque algún amigo nos manda al móvil el enlace de la estupidez cotidiana. Es entonces cuando los de nuestra generación intentamos reaccionar por salvar la ética, la estética y el pundonor; la coherencia (porque seguimos sin militar) y les contamos a nuestros hijos que Murcia no se merece lo que le hacen desde dentro de Murcia (que lo de fuera casi se entendería). Y nuestros chicos, buenos chicos, educados en la prudencia, de una nueva generación muy preparada nos responde exactamente igual que nos decían nuestros padres: «No te metas en líos»; solo la diferencia que la recomendación nos llega por wassap, pero igual de clara e idéntica textualmente. Nos tratamos de defender; es que no hay derecho, hijos, les conozco, son unos canallas. «Sí», aceptan, «pero tú no te metas en líos».

Somos, pertenecemos, a la generación del limbo que si por utopía manifiesta hubiese sido, habríamos nacido todos sordomudos, hubiera sido lo mismo. Y les hacemos caso, y callamos, aún con la vergüenza ajena en el cuerpo, porque seguimos siendo dóciles a la repugnancia, al descaro y al deshecho de algunos que debieran ser tratados, en una sociedad limpia, como apestados. Mas hacia el universo el consejo era más profundo: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Y me hago trizas porque esto no se arregla rezando.