Ignacio Echeverría, 39 años, currante en un banco de la City, volvía en bici de pasar la tarde con colegas de aficiones cuando divisó a un menda apuñalando a una mujer y, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo ni a Alá, desenfundó la juguetona tabla de madera, se precipitó hacia la zona en conflicto y, por los testimonios, la última escena que pudo retenerse de él es la de un cuchillo atravesando su espalda. Para la bibicí, estamos ante el ´héroe del monopatín´ y las autoridades de la isla se lo ha agradecido a la familia con horas, días, siglos de silencio, incertidumbre y angustia. Aún contando con la presencia de la hermana de Ignacio allí, no se le ha permitido a la residente londinense acceder a la zona de heridos ni a la morgue, enrocándose los hijos de la Gran... en la petición de adeenes y de huellas dactilares para consumar hasta límites paranoicos los protocolos de identificación. Entre la chapuza llevada a cabo con los restos del Yak-42, que contó con la bendición de mister ´Michirones´ Figueroa, y el estrafalario proceder brexitánico, seguro que existe un término mediosensato.

Es por ello que da fatiga escuchar a los Gobiernos enfatizar que la mejor respuesta al golpeo terrorista es proseguir con la normalidad. Se refiere a la plebe. Esa multitud que se congregó en Manchester en un concierto conmemorativo para dejar claro que no anda cautiva o la que en marzo de 2004 se movilizó en España para gritar que ya bastaba de zarandajas a la hora de situar la atrocidad cometida por tanto canalla suelto. Quizá no estaría de más concluir que éstos se tienen estudiado los calendarios electorales porque, en un escenario y en el otro, han escogido el turno en el que en las altas instancias se pierde más el oremus, con lo que el reguero de confusión que se provoca resulta despiadado en todos los órdenes.

A ver si desaparece de una vez la tortura en cualquiera de sus acepciones. También para inocentes como los padres de Ignacio que, por sus huellas radicadas en Londres, no son merecedores del atroz castigo.