Si de lo que se trata es de mantener un contacto más directo de los dirigentes con los militantes parece paradójico que quien venga a proponerlo y a liderar esa solución sea una eurodiputada, quien por obligaciones de su oficio deberá permanecer en Bruselas o Estrasburgo la totalidad de los días hábiles de la semana. Eso, si quiere hacer bien su trabajo. Si dejara de estar allí, tal vez haría un buen trabajo aquí, pero se resentiría su papel institucional, en el que a todas luces cree. Cree en su papel institucional como eurodiputada, pero parece creer menos en el papel institucional de los diputados de Podemos en la Asamblea Regional. Por lo visto, ser eurodiputada es importante, pero ser diputado o diputada regional es insuficiente si esto no se combina con una activación de ´la calle´. La calle está lejos de Bruselas, de modo que a ella, hablo de Lola Sánchez, no debe afectarle la desmovilización popular, pero en Murcia se ve que ha de ser imprescindible. Y esto a pesar de que los votantes de Podemos es muy probable que hayan elegido a sus diputados precisamente para que hagan en la institución legislativa lo que no se puede hacer desde la calle. Estar pancarteando en la rúa es una pesadez, el recurso que queda cuando no hay en las instituciones quien defienda los intereses que han de ser reivindicados desde fuera de ellas. Podemos ha venido a normalizar, con éxito, esa pulsión. Recurrir a la calle, una vez que están dentro, y con amplia solvencia, sería una expresión de frustración, vagancia o adanismo. Sobre todo cuando ese partido se ha revelado como una opción con aspiraciones de poder, lejos del legado testimonial de IU.

La eurodiputada de Podemos aspira a la secretaría general en el congreso regional de ese partido en sustitución del actual líder, Oscar Urralburu. Y está bien que lo intente, pues para eso son los congresos, para poner a debate las alternativas internas. Sin embargo, visto desde el exterior de esa organización, esta pugna contiene el don de la inoportunidad. Un partido que lleva dos años en las instituciones y que no lo ha hecho precisamente mal en ellas proyectaría una imagen de absoluta inmadurez si a la primera oportunidad cambiara a sus líderes cuando tan difícil es fijar una impregnación nominal que perdure.

Podemos es un magma en el que convergen distintas opciones ideológicas. Algunas de ellas se ahogan en sus propios discursos teóricos, cosa propia de la izquierda, y se ahogan tanto que cualquier actuación práctica les deja un rastro de incoherencia, como si cada vez que votan a favor o en contra de algo les llevara a perder algún halo de sus esencias. Pero la pura esencialidad sólo se puede mantener en alguna ermita lejana, con ayuno y menú de hierbas y raíces; el mundo es complejo y no puede esperar a que la realidad coincida con la teoría y no al revés, pues esto último sucede pocas veces.

El Podemos liderado por Urralburu ha constituido uno de los acontecimientos más excepcionales del último tramo de la vida política regional. Es un equipo preparado, activo, riguroso, extremadamente crítico y competente. Lo ve cualquiera, incluidos sus adversarios, los de enfrente y los laterales. Además, tiene la virtud de que no practica la política espectáculo, el camiseterismo, el pancarterismo ni el frikismo. Cuenta con la representación más amplia que la izquierda murciana más allá del PSOE ha tenido nunca, y mantiene discursos con marco, contextualizados, pegados a las cuestiones clave del debate regional sin dejarse arrastrar por la agenda que pretende el Gobierno. Son de primera, con independencia de que se esté o no de acuerdo con sus políticas, sus iniciativas y sus actuaciones. Podemos ha elevado el nivel del parlamento regional porque quienes venían desde fuera han resultado ser los que más se han aplicado a potenciar sus posibilidades. Podemos hace política sin complejos, dialoga y escucha más allá de su propio círculo de fans, y con esto no renuncia a nada, sino que aprende y se acerca al tejido social al que debe activar para crecer electoralmente, que es en lo que un partido con opciones de poder se debe empeñar más que en satisfacer teorías de mesa camilla o en rendirse a símbolos obsoletos o equívocos.

Podemos está haciendo en Murcia un extraordinario trabajo, lento pero persuasivo, para la restitución del crédito en la política y para la visualización de una alternativa de izquierda radical y practicable al mismo tiempo. Sus seis diputados en la Asamblea constituyen el mejor, el más completo y más solvente grupo que la izquierda ha tenido nunca. Es un contradiós que esta percepción se vea empañada, tan solo con dos años de gestión, por guerrillas ideológicas internas, tan legítimas como inoportunas para el propio futuro de esa organización. Urralburu y su equipo no son imprescindibles, pero les cabe el mérito de haber mejorado y aliviado en nuestro entorno la imagen de un Podemos imprevisible, caprichoso y autoritario como la que se traslada desde la actual dirección nacional, con las consecuencias que se anuncian desde los sondeos demoscópicos.

Cambiar lo que funciona excepcionalmente bien es una temeridad tan peligrosa como innecesaria.