Que el Ayuntamiento de Águilas me haya nombrado Hijo Predilecto en estos días pasados, ciertamente emotivos, me obliga a hacerme algunas reflexiones, la mayoría de las cuales tienen incidencia externa. La primera se refiere a la iniciativa, que tanto agradezco, adoptada en marzo del año pasado por mi amigo Antonio Calvo, que es un ciudadano del que llevo años admirando su sabiduría y bonhomía, como una de las personas que con más nitidez me recuerda siempre ese poso de valores de buena parte de la gente de la Marina de Cope; son valores que me sigue mostrando y que percibo y busco porque ya quisiera yo atribuírmelos, por la parte que me toca. La segunda se relaciona con la decisión municipal, producida al año de originarse el proceso, con la adhesión decidida de la alcaldesa socialista Mari Carmen Moreno, acompañada de los votos de las representantes de IU, Isabel María Torrente, y de Podemos, María Elia Olgoso.

La decisión favorable, necesaria, del grupo socialista con la alcaldesa en cabeza me obliga a un reconocimiento especial porque todos en la Corporación saben que yo no pertenezco al tipo habitual del Hijo Predilecto, no sólo porque la historia de los agraciados así lo revela, con su nómina de personajes más o menos ajenos a la política directa del pueblo o de la región, o constatándose lejana esa presencia, sino porque al seguir activamente inmerso en los problemas de esta tierra, y no sólo los ambientales, nadie puede pensar que a partir de ahora vaya a dejar de lado esta trayectoria renunciando a intervenir en una situación general como la actual, tan ruidosa y escandalosa. Esto incluye la posibilidad de que estos conflictos se produzcan en mi propio pueblo viéndome envuelto personalmente, y me hace valorar mucho y bien la decisión de los concejales aguileños que han votado a favor, aun quedando claro que los méritos que se han aducido para premiarme están directa e históricamente relacionados con mi intervención activa y prolongada en asuntos locales, y que siempre fueron políticamente comprometidos. Así que me salgo, evidentemente, de la línea común de los 22 agraciados anteriores (Hijos e Hijas Predilectos o Adoptivos).

Acerca de los votos en contra de los representantes del PP poco tengo que decir, salvo que no han extrañado a nadie y se inscriben en lo que yo más estimo de mi trayectoria activa de aguileño y murciano: la hostilidad, inevitable en tiempo de exaltada corrupción y de desvergüenza política, que yo dispenso a ese partido y a ese estado de cosas es justo que se corresponda con el rechazo de cualquier distinción que me tenga por objetivo. Ya ha dicho en las ocasiones en que he hablado sobre esto, que también agradecía esos votos negativos; por ser sinceros, qué duda cabe, y eso me agrada siempre, sea cual sea la circunstancia o las personas, y por recordarme que yo no he sido nunca persona de adhesiones masivas y mucho menos de unanimidades (ni creo que vaya a serlo).

Pero hay una anécdota vinculada a esa votación contraria, y aunque quisiera darle poca importancia creo que tiene su interés. Muchos se extrañaron de que, habiendo decidido el PP abstenerse en esa decisión, a la hora de discutirla en Comisión, cambiaran de actitud y votaran en contra en el Pleno, pero mi conclusión, tras escuchar atentamente la explicación del voto negativo del concejal portavoz del PP, es que en el intermedio hubo una intervención directa de algún político popular de Murcia para que sus compas de Águilas no se abstuvieran, concretamente por los contenidos vertidos por mí en un artículo (¿Para cuándo la ilegalización del PP?, LA OPINIÓN, 13 de octubre de 2016) que se parafraseaba literalmente; y como yo supe en su momento la ira que mi texto levantó en alguno de esos políticos de la capital, pues no me ha costado casi nada situar el foco del rencor con suficiente precisión.

Pero todo esto no deja de alinearse con la normalidad política, aunque evoque miseria de espíritu. Lo que a mí más me ha dolido es que el concejal portavoz de aquel voto negativo, Paco Navarro, sea pariente mío, y oriundo de la Marina de Cope. Y me ha dolido en el alma porque sus abuelos, que en mi casa eran «la prima Paca del chache Andrés y el primo Paco el Prudencio», nos eran queridísimos: Paca era prima hermana de mi madre, graciosa y cariñosa, y Paco un tipo entrañable, buenísima persona. Recuerdo a Paco preguntarme angustiado siempre que nos veíamos: «Pedrín, tú crees que acabarán poniéndonos la nuclear?», y yo le contestaba: «Que no, primo, tú estate tranquilo». Y lo mismo puedo decir de mis primos Anitín y Juan, los tíos de este concejal, que siempre se inquietaron por la amenaza nuclear y estuvieron, como los padres, apoyándome con su calor y su afecto.

En mi pena, que trasciende lo político, ya digo, y se me incrusta en lo atávico, me consuela esperar que todo esto lo ignore el concejal, al que veo tan poco apegado a la historia familiar como atento a su carrera política y a la defensa de los negocios agrícolas en la Marina. Compruebo, para mi desolación, que este mismo concejal y portavoz se apunta al enésimo asalto contra el Parque Regional de Cabo Cope-Calnegre, ahora contra la Ley fundacional, de 1992, pidiendo que sean los empresarios agrícolas y turísticos los que determinen los límites del espacio protegido (y aquí sí que, dejando aparte la inocua anécdota anterior, tenemos un problema).

Endulzaré este final con un tercer nivel de mi agradecimiento, que no es menor, y es para los 287 vecinos firmantes de la solicitud lanzada en su día (se necesitaban cien) y para las 535 personas de la campaña en Internet, varias de ellas de entre mis alumnos y discípulos de Centroamérica. Y cómo voy a dejar de lado los momentos maravillosos que me han hecho vivir los que han venido de toda España, evocando las distintas fases de mi formación y de mi vida (internado de León, Escuela Profesional de Atocha, Escuela de Telecomunicación, Facultad de Políticas, lucha antinuclear de Cabo Cope, rechazo del puerto deportivo de Águilas, actividad ecologista global€) que me han recordado, parafraseando al filósofo, que en mi vida sigue pesando más mi circunstancia (los otros) que mis propias ocurrencias.