La transformación que la civilización ha tenido en el último milenio, unido a la aceleración de la tecnología de los últimos tres siglos, que es exponencial desde hace una década, ha generado una tensión continua entre el hombre y su entorno, entre las personas y la naturaleza. Hemos migrado desde el medio rural hacia espacios urbanos cada vez más habitados. Cambiamos pueblos conectados a la naturaleza por asfalto, edificios, rascacielos, grandes urbes.

La evolución humana ha ido cambiando la paleta de colores de nuestro mundo. Del verde y azul, al gris de carreteras o construcciones de hormigón. De los paseos por el monte a los paseos por los centros comerciales. De la vida slow a la vida acelerada. La evolución nos ha llevado a una transformación sensorial absoluta, y en los cinco sentidos. Nos ha cambiado los biorritmos naturales. Y nos desconecta, muy a menudo, inconsciente e inercialmente de los valores más naturales y auténticos.

En esta impresionante evolución que nos transforma, con sus claros y sombras, de la mano de la innovación tecnológica, hemos sido capaces de modificar nuestro entorno cotidiano, todo lo que nos rodea. Tecnología que nos hace más productivos, más competitivos, más eficientes en términos económicos. Más informados y conectados, con mayor desarrollo social e intelectual. Pero que nos mantiene también inmersos en una burbuja vital que nos aleja de la autenticidad de la madre naturaleza.

Sin embargo, hay algo innato en nuestra memoria que nos hace recordar de dónde procedemos, nuestra ecología, nuestra relación con el medio. Sentimos placer cuando dejamos la ciudad para disfrutar del medio ambiente. Algo nos hace vibrar profundamente cuando la vivimos, cuando visitamos parques naturales, cuando nos encontramos junto a flora y fauna silvestre. Algo nos recuerda en nuestro subconsciente que estamos íntimamente conectados con nuestra naturaleza. Y que no podemos romper el equilibrio de los ecosistemas, que tienen capacidad de autorregulación, pero que en ocasiones gimen cuando se ven agredidos.

Estos casos remueven la consciencia social colectiva, nos activan, nos pellizcan la memoria medioambiental innata, y nos hacen acentuar todos nuestros esfuerzos para recobrar y recuperar los valores naturales previos a la transformación que todos hemos acompasado. Y hacen que desde lo público nos volquemos con el máximo compromiso para revertir la evolución y volver esos valores, buscando mecanismos para proteger lo que disfrutamos.

Esa es la filosofía que ha inspirado la acción del gobierno del Partido Popular, que sitúa la preservación de la riqueza natural de la Región de Murcia en uno de los primeros lugares de su agenda política. Y esa es la apuesta firme de nuestro presidente, Fernando López Miras, plenamente comprometido con la conservación y protección de nuestro enorme y maravilloso patrimonio, un espectáculo con lugares únicos en el mejor clima del Mediterráneo. Un compromiso que, hoy en día, tiene para el Gobierno regional nombre propio, el del Mar Menor, esa joya de la geografía murciana cuya recuperación, en la que trabajamos intensamente, adquiere en conmemoraciones como la que celebramos más significado que nunca.

Desde 1974, y a propuesta de las Naciones Unidas, cada 5 de junio celebramos en todo el planeta el Día Mundial del Medio Ambiente. Un día para recordarnos que la protección y el cuidado de nuestro entorno natural es una cuestión fundamental que afecta al bienestar de toda la humanidad. Y que es imprescindible para nuestro presente y nuestro futuro. El Medio Ambiente es, como en la película Avatar, el ´Árbol Madre´ que nos conecta con la vida. Si se degrada, nos degradamos a nosotros mismos. Si lo cuidamos, nos cuidamos a nosotros mismos.

Este año, el lema del Día Mundial del Medio Ambiente se centra en la conexión de las personas con la naturaleza. Nos anima a que salgamos, solos o en familia, a disfrutar de nuestros entornos naturales. A que nos adentremos en nuestra naturaleza. A que visitemos la Sierra del Carche, la de la Pila, Sierra Espuña, El Valle y Carrascoy. A que disfrutemos de los paisajes únicos de las Salinas y Arenales de San Pedro. A que descubramos el paraíso de Calbanque, El Monte de las Cenizas y la Peña del Águila. A que crucemos los senderos de Cabo Cope y Puntas de Carnegre. A que buceemos en Cabo de Palos, disfrutemos de las playas de Águilas y Mazarrón, y descubramos que nuestro Mar Menor es mucho más de lo que imaginamos.

Grandes tesoros naturales que tenemos que aprender a respetar. A cuidar. A Proteger. Espacios que debemos mimar y que, entre todos, debemos poner en valor para seguir disfrutando. Para que podamos seguir conectados al ´Árbol Madre´. Para que sigamos conectados con la Naturaleza.

Feliz Día Mundial del Medio Ambiente.