Sobre el golpe de estado del 23F ha sobrevolado siempre la sospecha de que se trató de una pantomima ideada por los militares más monárquicos del Ejército español para conseguir disparar la popularidad del rey Juan Carlos I en una sociedad española que ya hacía mucho que se había olvidado de monarquías y títulos hereditarios. Como todavía hay documentos de ese suceso que no se han desclasificado, no sabemos si esa teoría conspirativa tiene algo de fundamento. El caso es que, planificado o no, el monarca se vino a cubrir de legitimidad aquella tarde de 1981, ya que apareció como víctima principal del golpe y héroe posterior, quedando ante los españoles como el aladid de la democracia amenazada por generales trasnochados y guardias civiles de ridículo mostacho. Hasta que llegó su yerno y acabó de un plumazo con su impecable imagen, pero eso ya es otra historia. En el PSOE hemos visto a un secretario general derrocado a golpe de triquiñuelas internas y editoriales de prensa, que ahora vuelve como el hijo pródigo, como un Robin Hood víctima de una trama que tenía el malvado fin de darle el poder a las élites contra el deseo de la mayoría social. En la Región, hay un expresidente que apareció ante la opinión pública como víctima de otro contubernio dentro su propio partido porque le metía el dedo en el ojo a los suyos por el asunto de las corruptelas. Y ahora amenaza con volver por sus fueros y poner patas arriba el panorama político regional. La fórmula del mártir siempre funciona. Mucho ojo deberían llevar quienes se dedican a dejar cadáveres en el camino.