Reivindico la ´vieja´ figura del acomodador en el cine. Una figura de utilidad, aunque las salas de exhibición parezcan no pensar lo mismo (o entiendan que es mejor ahorrarse el dinero), dada la falta de educación de algunos durante la proyección de una película. No se trata de ser un espectador ´tiquismiquis´. De hecho, el cine no es sólo la película. Es el olor a palomitas ­-las tomes o no- y el ruido de quienes las mastican, que ralentizan el proceso cuando el filme baja el volumen, como si con ello lograran invisibilizarse. Pero esos grupos de adolescentes, cada vez de menos edad, que acuden al cine en busca de una película que comentar a voz en grito en medio de la sala, sin importarle la cantidad de veces que el resto de personas respondan con un ´shhh´, merecen una llamada de atención. Y los demás, los que hemos pagado una entrada con un IVA del que mejor ni hablar para disfrutar de un buen rato, no tenemos ninguna responsabilidad de hacer entender al resto que deben respetar el momento. Además, este tipo de público no suele ser muy dado a razonar ante una reprimenda, mucho menos si viene de un desconocido. Por eso, son los cines los que deben hacerse cargo de mantener el orden dentro de una sala, y a la vez estarán dando trabajo... Qué fue de aquellas salas, las que ya sólo sobreviven en grandes ciudades como Madrid (y con mucho esfuerzo), que eran pequeñas, con las butacas justas, con una cortina roja frente a la puerta y con una moqueta a juego, en las que incluso el acomodador te acompañaba a tu asiento... Esas que de verdad olían a cine. Qué nostalgia. Los cambios no siempre son positivos.