Cada día encuentro más ejemplares de un espécimen humano que prolifera en cualquier ámbito social, bien sea el del lugar de trabajo, la familia o en todo tipo de organizaciones: el homo escurridizus. Se trata de una muestra, de un modelo, de un ejemplar, normalmente con las características de su especie muy bien definidas, y que no son otras que la capacidad de escaquearse, esto es, eludir una tarea u obligación en común.

Desde la más tierna infancia, el homo o mulier escurridizus (adviértase que esta figura no se reduce al varón) desarrolla la habilidad de esquivar tareas, responsabilidades, compromisos o actividades que contribuyan a resolver de forma colectiva un empeño en el que estén implicadas varias personas.

En los lugares de trabajo se mueven como felinos que siempre caen de pie. La cosa nunca va con ellos. Parecen bañados en una grasa que desliza las tareas, los encargos o los cometidos por sus hombros para aterrizar en los otros, incluso en los que pasaban por casualidad por allí. Son verdaderos especialistas en resoplar, en el lamento, en la queja. Incluso con llanto y verdadera aflicción. Siempre están desbordados y prestos a la crítica más ácida contra los otros. En resoplar, en el suspiro que reclama atención y comprensión, «porque fíjate, qué ingrato es el jefe y los compañeros de trabajo que no son capaces de reconocer lo que valgo».

El homo escurridizus, en las organizaciones, está en alerta continua. Otea el horizonte, escudriña, registra o mira con cuidado todo lo que se mueve a su alrededor. No quiere que nada ni nadie escape a su control. Detecta las fortalezas y debilidades humanas como un radar emocional, porque tiene el empeño en no dejar migaja a la improvisación al escapar a su control de lo que en realidad es capaz. Y lo hace sin pasar inadvertido, porque una de sus características más comunes es la de atrapar en sus redes a quienes se encuentran más vulnerables al engaño y al enredo, como si de un vodevil se tratara. Siempre está en el lugar adecuado, en el momento propicio, con la sonrisa fácil, el halago justo y la disposición al ataque. Pero eso sí, con el compromiso nulo, no vaya a ser que se implique en algo, o lo impliquen.

En el seno familiar, al homo escurridizus nunca se le hallará en un renuncio. Jamás dará una opinión sobre un tema antes de que otro espécimen se pronuncie, o cuando lo haga, siempre será en condicional o en tercera persona. Eso le facilitará las cosas cuando algo resulte de manera diferente a lo que tenía previsto. Le calentará la cabeza a escondidas, eso sí, a su pareja en cuestión. Tratará de mantenerse al margen de las tareas domésticas o de las graves cuestiones familiares, puesto que un movimiento, en uno u otro sentido, podrá desvelar las claves de cualquier cuestión. No hay que retratarse? ni que lo retraten a uno. Siempre está por encima de los temas, aunque de nuevo los lamentos saldrán de su boca para imponer su impronta al resto de la tribu. Haber nacido, para más señas, y seguir siendo alguien inmaduro que jamás asume un ápice de responsabilidades en su vida y en la de los demás. ¿Le han puesto cara ya a su homo escurridizus particular?