Según datos de la ocedeé, en 2050 (que está ahí) el 30% de la población será mayor de 65 tacos, de modo que no es extraño que se sucedan jornadas en torno al envejecimiento. A éste, en boca de un componente de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, ingresamos con las «setenta velas» y «la tercera edad empieza a parecerse a una nueva adolescencia». Esperemos que, al menos, no vuelvan a salirnos los granos. Especialistas reunidos en ese cónclave universitario coinciden en señalar que «gracias a la transmisión de conocimientos y a los avances sociales se alarga el periodo de juventud, el de adulto y el envejecimiento empieza más tarde». Bueno, en el retraso de los dos primeros habría que considerar que también influye lo suyo la tardía emancipación de los mozos dada la precariedad laboral conquistada, lo que acarrea que nuestros mayores alcancen la jubilación inmersos en el túnel del tiempo, que era una serie en blanco y negro, época a la que unos cuantos andan empeñados que regresemos. Pero bien, salvados estos obstáculos ocasionales aunque jodidos, los expertos coinciden en que es recomendable encarar la jubilación «manteniendo la mente activa, contando con aficiones y cuidando el aspecto físico» y, de facto, hay plebe talludita ella que no para de hacer cursos, pilates, yoga, viajes o revitalizándose a través del voluntariado. Lo que pasa es que, simultáneamente, acaba de celebrarse en Madrid la Cumbre Internacional de Longevidad y Criopreservación, en la que el profe de la californiana Singularity University, el venezolano Cordeiro ha asegurado que antes de 2045 se detendrá el envejecimiento con una sola inyección y que, gracias a ese logro, se alcanzará «la muerte de la muerte». El plan B, que tampoco es manco, sería el de la criopreservación, consistente en «conservar el cuerpo de una persona que se va a morir de forma que pueda ser reanimada en el futuro y curada de la enfermedad que falleció». Lo único es que, al despertarse, igual permanece la hipoteca.