Quién no ha oído hablar de guerras culturales? Es uno de tantos temas, tradicionalmente relegados a los márgenes del debate público (como el feminismo, la ecología, el déficit democrático de nuestro Estado o la crítica a la Transición), que esta década ha convertido en centrales, con el 15M como big bang impugnador. Se multiplican los ensayos, encuentros, espacios para la reflexión sobre esta incesante pugna soterrada entre gobernantes y creadores, sobre la forma en que el poder trata de dictar, a través de las artes y las letras, un determinado sentido común, una ´normalidad favorable´ o, lo que es lo mismo, sobre cómo se construye la hegemonía.

Estos días se han producido llamativos movimientos en las (no tan metafóricas) trincheras de las guerras culturales. Una llamada del jefe del Arsenal de Cartagena bastó para que el Ayuntamiento retirase la excelente El nacimiento de una nación, de Úrsula Bravo y Pablo Sánchez, contra el criterio de su propio concejal de Cultura y el de los responsables de uno de los festivales de arte urbano más importantes de Europa. La obra, que pone en la calle un llamamiento militante a la defensa del arte frente al autoritarismo de la sociedad del espectáculo, se convierte así en un icono: la trinchera censurada como bandera de la libertad de expresión y creación, de la lucha contra un proyecto político que trata de convertirla en mera decoración para fomento del turismo y el consumo.

Precisamente estos días hemos conocido el esperpéntico programa en materia de Cultura de Susana Díaz, reciente perdedora de las primarias de su partido. El documento, de cinco párrafos, incluye perlas como «La mayor creación de clases medias se está produciendo en Asia. Asia tiene excelentes playas por lo que los turistas asiáticos que vienen a España y Europa buscan cultura», y se ha convertido en motivo viral de risión en redes sociales, pero ilustra bien el proyecto cultural de gran parte de nuestros políticos, que no ven mayor problema en exponer en la calle (y bajo el sol murciano) pinturas barrocas (como hizo hace unos días el ayuntamiento de Lorca), pero que censuran con celo paranoico cualquier pieza no estrictamente decorativa. Comisariado político, por tanto, que tal vez confundió, como le ocurió a algún periodista, el rótulo TAZ (Zona Temporalmente Autónoma por sus siglas en inglés) de la obra de Úrsula por el pacifista PAZ. Y hasta ahí podíamos llegar, señor Almirante. Encima insultando. La obra se retira en el acto, faltaría más.

Los cañonazos tienen, sin embargo, la desventaja de señalar tu posición. Es más: ¿quién podrá decir ahora que no existen tales guerras, y que no se le presenta ninguna amenaza a la libertad de expresión? Con Úrsula, con Pablo, con Domingo, con Miguel Ángel, con Aitor y con tantos otros, habrá que empujar para defenderla. Existen (resisten) las artes dignas de tal nombre, pero hay que merecérselas.