Como bien sabrán muchos de los lectores que ahora se acercan a este Buenos Días, David Lynch ya ha expuesto sus intenciones y delirios en la archiconocidísima serie Twin Peaks que la pasada madrugada del domingo al lunes estrenaba su tercera temporada por un canal de pago.

Llevábamos días y días oyendo hablar del regreso del director a la que fue la serie fetiche en el comienzo de los noventa, una auténtico impacto visual y para los sentidos de los timoratos televidentes nada acostumbrados por entonces a este tipo de series en televisión. Hoy han vuelto a recurrir al director estadounidense ya talludito (71 años), para que aquellas emociones las vuelvan a recuperar o a experimentar los que participen de este juego. Y es que, al final, todo es un juego efectista y un sinsentido; un auténtico embrollo del que nadie entiende nada, pero que muy pocos son capaces de criticar. Lo que se dice poco importa, porque lo que vale es quien lo cuenta, un Lynch amante del dadaísmo que traslada sus paranoias como si de un trofeo de culto se tratasen.

Nos rendimos ante la evidencia de un director único, aunque probablemente sea solo ahora, con los primeros capítulos. Conforme se nos abra la boca por las inconexas alucinaciones del director, la serie perderá adeptos, aunque nadie renegará nunca de Lynch, eso no queda nada bien.