Me cuesta no encontrar cada fin de semana uno o dos videos en las redes sociales donde algún político ejerza de cámara en chanclas, paseando por alguna playa del Mar Menor, enfocando la orilla y esas aguas cristalinas sin nitratos ni fitoplancton. Un paseo de 10 metros grabando cómo pequeñas olas incoloras, brillantes por el sol levantino, se tumban en una arena impoluta. Y, sin embargo, siento que no he visto suficientes videos, necesito más, necesito creerme esa concienciación medioambiental multimedia de los políticos. En la entrevista al nuevo consejero de Turismo y Medio Ambiente que La Opinión publicó ayer, Celdrán avisaba de que el interés económico y la protección de la laguna deben convivir. Es decir, que la explotación económica y turística del Mar Menor y las medidas que el Gobierno tome para regenerar la laguna deben encajar de alguna manera entre sí, para que ambas cosas siempre arrojen buenos resultados, como las imágenes de los videos. Una frase que me preocupa de Javier Celdrán es la siguiente: «La prioridad es la protección del Mar Menor, pero no vamos a ir a extremismos». ¿Qué se puede considerar acciones extremistas al hablar de recuperar un ecosistema natural único que hemos degradado, unos y otros, durante muchos años? Se entiende la postura liberal de sacar siempre un beneficio económico al Mar Menor, por el dinero que implica y por el empleo que puede crear pero, ¿seguirá siendo la laguna este año, por ejemplo, el patio de recreo de centenares de embarcaciones? ¿Seguiremos cometiendo los mismos errores?