La cumbre celebrada en Almería para reivindicar el Eje Mediterráneo arrancó con una reveladora bienvenida del anfitrión, el presidente de la Cámara de Comercio local, Diego Martínez Cano: «Bienvenidos a la isla de Almería». Parece difícil que algún sitio pueda estar peor que Murcia, pero es así. El Altaria es un tren cutre, pero al menos permite mantener un cordón con Barcelona y con la frontera francesa del que carecen los almerienses, que deben dar un rodeo por Albacete antes de volver a incorporarse al trazado que discurre junto al mar. Los viajeros murcianos están acostumbrados a las penurias de las líneas ferroviarias que se salvaron del cierre en la segunda mitad del siglo XX y a los renqueantes Altaria que se rompen cada dos por tres, pero la cumbre ha hecho visible de una manera gráfica cómo se teje el olvido en esta esquina del Mediterráneo que queda tan cerca de África. Permite explicar por qué, después de tantos lustros de reivindicaciones, plataformas y protestas, las mejoras previstas solo son un espejismo. Vemos cómo llega el AVE a las ciudades que ya tenían líneas electrificadas, mientras que entre Alicante y Almería se mantienen los mismos trazados del siglo XIX. El abandono sigue cristalizado, sea cual sea el color del Gobierno que reparte las inversiones y la intensidad de las exigencias que sean capaces de escenificar los políticos locales. Con lo que han costado los viajes de los presidentes y los consejeros murcianos a Madrid para exponer sus aspiraciones en La Moncloa o en el Ministerio de Fomento seguro que podría haberse pagado algún kilómetro del soterramiento que Adif trata de ahorrarse a toda costa para dar por cumplido su objetivo y hacerse la foto de inauguración, aunque el AVE llegue en una vía provisional, metida con calzador, cinco años después de que se inaugurara en Alicante. Pero eso no es lo peor. Lo malo es que no sabemos qué pasará con la línea de Chinchilla. A la vuelta de unos pocos años podemos encontrarnos con que la única opción para viajar a Madrid sea el AVE por La Encina y Cuenca, que tardará como poco dos horas y media y será poco asequible. La disputa por el AVE ha sacado del debate político y social la conexión natural entre Cartagena y Albacete, a pesar de que la terminación de la variante de Camarillas no garantiza nada. No se puede electrificar un tramo de vía de 15 kilómetros mientras que el resto de la línea siga igual que en el siglo XIX. Tampoco resulta alentador que del trazado a Almería se haya construido solo un tramo de 9,3 kilómetros en unos diez años. De poco sirve que el ministro atrase el calendario a 2023, si no pone dinero en los presupuestos para una obra que cuesta 1.700 millones. A este paso, no se terminaría ni en un siglo. La razón es simple. Mientras que las comunidades ribereñas reconocían el abandono de Almería y Murcia, el presidente de la patronal andaluza, Javier González de Lara, que tiene su sede en Sevilla, dejaba caer que el Eje Mediterráneo no es incompatible con el Central, al que llegó el AVE hace 25 años. Es el mismo razonamiento que defiende la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, y que parecen haber pactado con Mariano Rajoy. Ya puede ir de Sevilla a Barcelona en AVE. La Alta Velocidad también ha llegado a Málaga. Solo les falta prolongarla hasta Algeciras. Por eso lo quieren todo para ellos, igual que los del norte. No hay remedio.