Circula con la velocidad de los auténticos virales de Facebook un artículo del juez de menores de Granada Emilio Calatayud. Es muy corto, pero en unas pocas líneas resume lo que estos días comenta muchísima gente: que las comuniones se están yendo de las manos. «Seamos comedidos con los convites, banquetes y regalos de comuniones, que se nos está yendo la pinza», dice el juez que más predicamento tiene en España cuando se trata de la educación a jóvenes y adolescentes. Su escrito, cargado de sentido común, ha desatado toda una oleada de comentarios de profesores que narran que tienen alumnos que faltan a clase para probarse sus trajes, hacerse las fotos o incluso pruebas de peluquería para las niñas, cual novias. También hablan muchos padres, que critican lo que ven alrededor, con familias compitiendo entre sí por ver quién tiene la celebración más espectacular.

Y cuando se llega al gran día... vestidos imposibles para algunas niñas, madres que parecen madrinas de bodas y, ojo, se han visto ya limusinas para el pequeño artista a las puertas de las iglesias. Esto no es lo normal, es evidente, pero creo que el juez tiene razón en que hace tiempo el disparate va en aumento y no parece tener fin.

Por no hablar de las listas de regalos de comunión. Seguramente para muchos no es más que algo útil para ahorrar tiempo, pero qué quieren que les diga, no lo veo. Y eso que yo soy de la generación en la que esto de las comuniones ya empezó a tomar ciertas dimensiones y se había dejado atrás eso del desayuno de bollos con chocolate que cuentan nuestros padres y abuelos. Claro que entre mi piñata y lo que puede verse ahora en algunos convites€

En sí mismo que la gente quiera celebrar un día importante no es malo. A todos nos gusta. Y si te apetece reunir a toda la familia y amigos para celebrar, pues se hace. Y si hay barra libre, pues a bailar. ¿Quién puede pensar que eso sea malo? El problema es que se corre el riesgo de perder la perspectiva de la razón por la que se celebra y, entre tanto regalo y agasajo, muchos niños adquieren un mensaje equivocado que seguro que muchos padres no quieren darles. Lo de que el regalo estrella para niños de nueve años sea un móvil de última generación es algo que, por más que me expliquen, no entiendo.

Que hay comuniones que se han convertido en bodas y que las bodas hace mucho que se descontrolaron es una verdad matemática como que dos más dos son cuatro.

Y en todo este contexto extraña a muchos ver la imagen de la Infanta Sofía haciendo la Primera Comunión, en un día de semana y con el uniforme del colegio. La tendencia de los colegios privados católicos más elitistas de Madrid es esa: reducir el adorno lo más mínimo para que los niños se centren en el sacramento, lo único que la Iglesia considera importante ese día. En las revistas se pueden ver estas semanas a famosas acompañando a sus hijos, ataviados estos con una simple túnica blanca y una cruz de madera. Ojo, que seguro que luego todos tienen sus fiestas (a ellos no les hace falta pedir préstamos como hacen algunas familias 'normales'), pero hay gestos significativos.

Mis compañeras de clase y yo hicimos la Comunión todas con el mismo vestido. Era blanco, largo y con un cancán como el de las princesas (las de antes, porque ya hemos visto cómo las de ahora comulgan). Nos parecía precioso, porque lo era, y nadie destacó por encima de nadie. El vestido no era lo más importante. Y todavía recuerdo como si fuera ayer a Sor Encarnación revisando nuestras manos para evitar que alguna llevara más joyas de las adecuadas según sus criterios. A su manera, nos intentaron inculcar la mesura y la concentración sobre lo importante del día.

Hacer la Primera Comunión no es obligatorio. No hay por qué, pero si se hace, al menos habría que intentar que los niños no recibieran el mensaje de que les hacen una fiesta, les compran ropa bonita y cara y les regalan de todo porque sí. Porque€ ¿cuántos volverán a misa dentro de un mes?