Cae una puerta de 1.100 kilos de la Basílica de los Desamparados de Valencia el domingo y hiere levemente a una anciana. Hay quien no ve la chapuza de una obra realizada en 2005 sino un milagro.

La Iglesia cuenta con el seguro Trinidad que hace que los accidentes sin víctimas sean un milagro y los otros acaben en rezos funerarios y los pague la compañía del más acá. Sabiamente, no confía todo al milagro: en una boda reciente el cura dijo que quien quisiera tirar arroz lo hiciera más allá de las escaleras, porque si no, en caso de desgracia, pagaba la parroquia.

Se conmemoraba un milagro en Portugal este fin de semana y fue el Papa a canonizar a dos niños explotados en trabajos agrarios del Portugal profundo que hace un siglo dijeron haber visto varias veces a una mujer a la que calificaron de Virgen María. El mismo fin de semana, Portugal ganó el festival de Eurovisión por primera en 53 años de participación con un joven humilde y cardiópata y una canción antifestivalera. Es único pero no un milagro.

Los que no creen en los milagros suelen decir que Dios odia a los amputados porque los rezos curan enfermedades pero nunca hacen crecer una nueva pierna, un nuevo ojo, ni siquiera una modesta oreja. «Nunca» es olvidar a Miguel Juan Pellicer, de Calanda (Teruel) a quien durante la noche del 29 de marzo de 1640 le creció la pierna derecha que le habían amputado por debajo de la rodilla. Dio fe el notario de Mazaleón, Miguel Andreu.

Los notarios venden fe y, a veces, la dan. El milagro va con cargo a la Pilarica. Rodrigo Rato es el autor del ´milagro español´, principalmente consistente en dar aire y jabón a la burbuja inmobiliaria, quien acabó sus días vendiendo a pastorcillos acciones de Bankia de las que dio fe el Banco de España.