El pasado lunes se produjo el esperado debate entre los tres candidatos a la secretaria general del PSOE, que se celebró en la sede central del partido, en Madrid. Y vimos atentamente su desarrollo y percibimos a una Susana Díaz que salía reforzada del mismo, quizás porque su discurso es reconocible con el PSOE que tanto hizo por la igualdad en este país. No es cambiante; la oímos decir lo mismo el lunes que otros días. Patxi López se mostró sólido; qué buen tándem haría con Susana. Y vimos también a un Pedro Sánchez que desde el primer momento perdió el oremus, tanto como para que Patxi lo pusiera entre las cuerdas en alguna ocasión y, sobre todo, cuando le preguntaba que entendía por nación. No era algo que esperase, y en su balbuceante contestación mostró sus carencias como político. A una pregunta tan importante, teniendo en cuenta como está el patio nacional, alguien que pretende encabezar el primer partido de la oposición ahora, y el único con posibilidades en el futuro de relevar en el Gobierno al PP, no puede contestar que «una nación es un sentimiento». Así lo despachó, con «es un sentimiento». Claro, todas nuestras acciones se activan por sentimientos, pero alguien que pretende ser un líder no puede solventar un tema tan vital con esa bobería. Quizás hubiese necesitado una definición tan sencilla como que «una nación es una comunidad social con una organización política común y un territorio y órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades». Vamos, lo que ahora es España y lo que quiere ser Cataluña, sin que el resto de los españoles podamos manifestarnos al respecto.

Aparte de esto, los números son tozudos y los que puede ofrecer Sánchez de su tiempo al frente de la secretaría general de su partido, nos hablan de una gestión catastrófica al frente del mismo, aunque él intente una y otra vez referirse a su dimisión como el origen de todos los males. Como si la abstención del PSOE en la investidura de Rajoy justificase su desmesura a la hora de hablar de su partido y de sus compañeros, mostrando ausencia del más mínimo sentido crítico para consigo mismo. Y algo de reflexión debería hacer cuando, al parecer, durante su mandato al frente de los socialistas españoles, la cifra de militantes fue cayendo. Tanto, que casi se produjeron 20.000 bajas. Cuando Sánchez llegó a la secretaria general del PSOE, en julio del 2014, el censo de afiliados se encontraba cerca de alcanzar los 200.000, y cuando presentó su dimisión, en octubre de 2016, al parecer el censo había bajado hasta los 180.000 aproximadamente. Y miren por donde, desde su salida, el número de afiliaciones ha vuelto a subir recuperándose, al parecer, un 50% de las fugas provocadas por el anterior secretario general, hasta encontrarse con que con fecha del 29 de abril de 2017, la cantidad de militantes con las que ahora mismo cuenta el PSOE para las primarias se eleva a los 187.949. Y de sus resultados electorales ni hablamos.

Junto a estos datos, hay otros que hablan elocuentemente de la nefasta gestión del que ahora se presenta como el salvador del PSOE y es que, desde que abandonara la secretaría general, todas las encuestas electorales coinciden en la subida de los socialistas en la estimación de voto. Y esto sí que es significativo en un partido sin líder, en plena vorágine de primarias, en manos de una gestora a la que Pedro Sánchez desprecia. Quizás el repunte electoral, sin él, le ha hecho dar una revolera y marcar distancias con Podemos en su enésimo proyecto para el PSOE. Ya no llama a la alianza con fuerzas de izquierdas de las que hablaba antes. Ahora nos dice que «este es un proyecto reformista, no rupturista, eso se lo dejamos a otras organizaciones políticas».

¿Alguien me puede explicar como se puede ser tan voluble? ¿Y alguien puede creer que un hombre tan cambiante es lo que necesita el socialismo en este país?