La despedida de soltero se celebraría en 'el Caribe', así, en genérico, como si aquello fuera pequeño. Al cabo de unas semanas los planes se truncaron y acabaríamos en Granada, más cercano y accesible. Pero no recuerdo qué diablos ocurrió para que al final aquella despedida terminara celebrándose en el merendero El Rurru, en el Camino del Badén. Desde entonces cuando algo acaba decepcionando, no tanto por cómo acaba, sino por cómo se concibió (con alardes incumplibles), me viene a la cabeza «del Caribe al Rurru». Pues eso mismo es lo que pienso cuando veo el descolorido bosque de cactus de Dennis Oppenheim frente a La Opinión. Aquel afán de nuevos ricos que pretendían llenar Murcia de arte contemporáneo inconexo, viéndolo hoy en día, fue eso, un 'del Caribe al Rurru'.