La contundente victoria de Emmanuel Macron ha eclipsado el ciberataque sufrido por el ya nuevo presidente de Francia justo en el momento en que empezaba la jornada de reflexión. Su partido, En Marché!, fue víctima de una «acción de pirateo masiva y coordinada». Correos electrónicos privados, contratos y documentos relativos a la campaña comenzaron a circular libremente por las redes y los llamados foros de Internet.

Era un sentir generalizado que en Francia se jugaba el futuro de Europa. Dependiendo de quien ganara, la Unión sobreviviría o daría otro paso hacia el abismo. Marine Le Pen había anunciado un referéndum que muy probablemente hubiera acabado como el de Gran Bretaña dando el sí al Brexit. Como en el pirateo durante la campaña en Estados Unidos, todas las sospechas recaen sobre Rusia. Todo lo que sea desestabilizar Europa repercute a favor de Putin. Marine Le Pen se había declarado próxima a Trump y al presidente ruso, el hombre, que de una forma u otra, ocupa el poder en Moscú desde que comenzó el siglo. Los demás líderes cambian, pero él permanece. Putin lleva camino de batir el récord de los zares o de los santones comunistas. Pero no es tan fácil llegar hasta Putin. Varios expertos han señalado al servicio militar ruso como responsable de esta acción e incluso asesores de Macron han apuntado el dedo acusador hacia el Este. Nada se ha podido demostrar.

Otros especialistas, en cambio, señalan a Jack Posobiec, un simpatizante de la extrema derecha norteamericana, periodista (si se puede llamar así) de la web conservadora The Rebel, especializada en la difusión de noticias falsas. Posobiec ha sido el primero en difundir en Twitter los documentos robados al candidato francés, acusándole de evadir impuestos e incluso de tener una cuenta en el paraíso fiscal de las Bahamas. Difama que algo queda. El ultra ya había adquirido notoriedad por la más famosa de las noticias falsas: el llamado Pizzagate, que implicaba al jefe de campaña de Hillary en una falsa red de pedofilia con sede en una pizzería real de Washington.

Se dirá que a qué viene tanto revuelo, si al final como estaba más que previsto, el ganador es el candidato que deseaban los europeístas. Y habrá que contestar que ésta es una carrera de larga distancia, que ensombrecer con corruptelas la convincente victoria de Macron es sembrar para el futuro.

Otra carrera electoral ha empezado ya en Francia, la de los comicios legislativos del mes próximo. Y otra carrera está en marcha en Gran Bretaña, las elecciones anticipadas de May, lo que ya se conoce como es segundo referéndum del Brexit. Y tampoco hay duda de que la derrota de Marine Le Pen bien podría considerarse una victoria: nunca antes una ultraderecha europea había llegado tan lejos. Por algo bailaba tras conocer los resultados. Estamos lejos de asistir a un debate de ideas y eso que la ocasión lo merece, ya que dos formas antagónicas de entender el mundo luchan por la primacía.

La guerra sucia digital ya es el arma electoral más devastadora. Vivimos en un mundo transparente, sin secretos, y las vergüenzas están al alcance de la mano para arrojarlas a la cabeza del oponente.