A ver, pregunta: ¿Cuál es el valor de las cosas, el que tiene o el que se le da? Es que, piénsenlo bien, no es lo mismo. Miren el pseudo/robo de joyas en la última gala de los Goya. Esas que ceden afamados joyeros para que sean lucidas por el artisteo y salgan en las fotos. Estaban en un cuarto revuelto, dentro de una caja de cartón, totalmente descuidadas. Una absoluta desidia, pero, claro, a quien no le cuesta no lo valora, que esa es otra? Bien, el caso es que las ve un currante y, lógicamente, piensa lo que yo hubiera pensado, que no tenían ningún valor, que eran pura bisutería, y se dijo, «joer, qué alegría le voy a dar a mis zagalas», y se las llevó a casa. Es el valor que se le da, no el que tiene, que muchas veces no se sabe, se ignora. Y se ignora porque los no profesionales, la gente del común, valoramos según dónde se expongan, o cómo se guarden, o quién las luzca. Valoramos el cuadro por el marco. Unas joyas guardadas en caja fuerte las valoramos, pero en una caja de cartón, pues como que no?

Miren, les voy a poner un ejemplo. En lo de los Oscar mismamente, aparece la Naomí Campbell, un suponer, con un collar de plástico rojo guinda, y estoy seguro de que al día siguiente los collares de plástico rojo guinda triplicarían su precio, se agotarían, y empezarían a aparecer en cuellos femeninos en una imparable moda. Y ya puestos a imaginar, imaginen que cualquier damajuana aparece por la boda de un sobrino, encima por lo civil, en un merendero de la Cuesta de las Perdices, con unas recargadas pulseras y gargantillas de un montón de quilates. Pues creeríamos que son más falsas que el parné del Palé, una mala imitación baratijera, de pésimo gusto, además. O sea, le damos valor a las lentejuelas dependiendo de las orejas de las que cuelguen o de la pechuga que las cargue.

Pasa exactamente igual con las obras de arte, que valoramos el arte de las obras según cuándo, dónde y cómo estén. No le damos igual valor si están en la plaza del pueblo que si lucen en un museo tras un cristal blindado conectado a una alarma. Aunque se trate de un Botero, pensaríamos que sería una imitación o de un artista tipo Cristo de Borja? En 1992, en el Reina Sofía, se exponía una escultura en acero, de 38 toneladas, de Richard Serra, que nuestro ministerio de in(Cultura) adquirió por 217.000 euros para colocarla en algún lugar guapo de la capital de los reinos de España. Solo que la arrumbó en un almacén de trastos y cacharros municipales del extrarradio madrileño a la espera de ubicarla. Naturalmente, pasaron unos rateros, valoraron su peso en metal, y se la llevaron para desguace. Lógico y natural. Consideren ahora las latas de sopa Campbell, de Andy Warhol, o la Merde D'Artiste envasada en frascos, de Manzoni, o el meadero público (bidé) que Duchamp expuso en la SAI de New York, a qué desorbitados precios se pagaban todas esas? 'obras'. Todo depende del cerebro que ha pensado tal genialidad-provocación o de las manos que las han tocado. Por eso mismo abría este artículo con la pregunta de ¿el valor, lo tiene o se le da? ¿Y quién se lo da?

Pero el valor de las cosas, aparte del intrínseco que tengan los materiales de que están hechas, sean joyas u obras de arte, no se queda solo en eso, en las cosas. También está el valor de los casos. De los gestos, de las palabras, de los lugares, de los hechos. Que yo diga que 'hay que joerse' no tiene el más pálido valor que si lo dice Felipe VI, aunque ambos celebremos el cumpleaños el mismo día. No somos del mismo lugar, ni nacimos del mismo tálamo ni en el mismo cenobio, no sé si me explico. Dalí hacía muchas payasadas y necedades, pero sus gilipolleces eran genialidades porque resulta que salían de un genio, y la gententendida así lo valoraba. En realidad, se reía del personal, y cuanto más lo hacía, más se le aplaudía.

Yo tenía un viejo amigo viejo que lo clavaba. Aviso a los lectores susceptibles, que muy escatológicamente, cuidado, pero lo retrataba: «Según de qué culo, así vale la mierda». Y esa escueta y corta frase de aquel viejo amigo viejo, es de una genialidad, clarividencia, validez, intemporalidad, sensatez, graficismo y concreción, incuestionables. Lo que pasa es que era un humilde panadero con cultura. Solo eso. Porque si llega a ser un ilustre gonfaloniero con altura, esa frase colgaría hoy del eterno lapidario de la más depurada sabiduría. Estoy seguro de ello, oiganme?

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