Desvelándome aún entró la señal de la convocatoria de urgencia en Buckingham a todo el personal de la casa de Windsor y me puse como una moto ante la posiblidad de que el sorpresivo movimiento escondiera un auténtico terremoto. Lo que tienen las series. Antes de ver The Crown lo habría pasado por alto en cinco segundos pero, tras beberse uno los avatares del inicio del reinado de Isabel II, de sus conflictos entre la acción privada y la pública, de arreglárselas para sobrevivir heredando parte del magisterio inoculado desde Downing Street por Sir Winston Churchill y de desear al mismo tiempo que el último capítulo no llegase nunca, la curiosidad sobre el anuncio marcó la jornada. Si estará bien hecha la creación de Peter Morgan que hasta arma mejor a la institución de lo que es. Qué vamos a hacerle; el hombre, que se ha dejado llevar.

Mis hermanas y yo, no. Nuestra soberana, que proviene del 23, ha resistido más que la británica, que ya es decir. Muy niña también le arrebataron al padre, pero en esta ocasión de varios disparos. Fue el 17 de julio del 36, enfundado en su terno de Guardia Civil al servicio del Gobierno de la República, por lo que la viuda se quedó al mando de tres criaturas y no solo las sacó adelante como tantas de su quinta, sino que tuvo tiempo de modelar al nieto sin tener que padecer, no obstante, que más tarde se hiciera periodista.

De su padre, la chiquilla jamás olvidó los zapatos relucientes. Relució por sí misma convirtiéndose en mujer trabajadora en los cuarenta y autoprocurándose una mentalidad abierta, transformadora para la época de la que hemos sido beneficiarios. El primer parto le hizo perder pie y algunos quisieron ver en ello un signo de fragilidad, pero ninguno vive para arrepentirse. Lo único que quería de sus hijos es que se formaran y ahora se siente afortunada porque éstos no dejan de estar pendientes y porque, cuando las fuerzas flaquean, los nietos le dan chutes de energía. Sí, da gusto ver a la señora Eloisa convertida en reina sin necesidad de palacios.