Cuando comencé como becario había tres cosas que empleaba para mentalizarme de que mi trabajo estaría ´remunerado´ de alguna manera: la acumulación de meses de prácticas, dado que muchas empresas piden un año de experiencia mínima y había que ir sumando montoncitos de parcelas de tiempo al currículum; la posibilidad de ir generando una agenda de contactos, que nunca viene mal; y la oportunidad de aprender, como todos los novatos, de un trabajo que se presupone que te dará de comer hasta que te jubiles. Evidentemente esto deja de servirte de aliciente en un determinado momento en el que, o empiezan a depender de ti mismo ciertos gastos mensuales, o empiezas a sufrir el síndrome del ´Burnout´, lo que se traduce en un rechazo del trabajo a los pocos meses. Llegará un punto en el que el becario, si es honrado consigo mismo, se vea en la misma situación laboral que sus compañeros, quizá no con la misma carga de trabajo (o sí), pero sí que discurre al mismo ritmo, con la misma categoría profesional y con las mismas horas de curro. En este punto dejas de ser un becario y pasas a estar en un limbo laboral entre lo que tú crees que mereces y lo que pone en el estado de tu contrato. Siempre me ha hecho gracia el concepto de Salario Mínimo Interprofesional, porque dada la situación de los nuevos licenciados, los contratos precarios y las excusas empresariales para alargar un convenio de prácticas, veo que es un estadio superior al que tardarán años en llegar. Becarios, si sois terriblemente buenos en vuestro trabajo y no cobráis, largaos. Os echarán de menos.