Es probable que cuando tengas este artículo en tus manos interrumpas su lectura en varias ocasiones al escuchar el aviso de un mensaje de WhatsApp, o caigas en la tentación de mirar tu cuenta de Facebook o Twitter, y hasta incluso comprobar si ha entrado ese mensaje de correo electrónico que estás esperando. Si esto es así, es que formas parte de la nueva generación de personas adictas a lo digital. Los que son/somos incapaces de centrarnos en una actividad sin estar continuamente saltando a otras que tienen que ver con los dispositivos y sus aplicaciones electrónicas que hoy nos ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación.

Estrechamente vinculado a este fenómeno, que está cambiando de manera radical nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, encontramos el derecho a la desconexión digital del trabajador con la empresa. Esto es, el establecimiento claro de que los límites de la jornada laboral están perfectamente definidos frente al tiempo de descanso y de ocio. Porque el lema de Robert Owen a comienzos del XIX, 8 hours labour, 8 hours recreation, 8 hours rest, ya está fuera de lugar. En el trabajo ya se superan esas ocho horas y, además, el espacio físico ha dado lugar a otro laboral que se ha ampliado en el ámbito doméstico. La prolongación de la jornada tiene mucho que ver con esas situaciones que se han colado en nuestro día a día sin preguntar: la tensión mantenida, el estado de alerta, el foco constante. Las órdenes y las tareas llegan a través de los mensajes de WhatsApp y los correos electrónicos, entre otras aplicaciones.

Francia ha recogido el derecho a la desconexión digital en su última reforma laboral de la mano de un informe elaborado por Bruno Mettling, director general adjunto de Orange. Advierte que la utilización de los equipos informáticos fuera del horario de trabajo, puede producir, en ocasiones, una sobrecarga de información y comunicación, dañina para la vida privada: personas empleadas que se conectan a distancia, a cualquier hora de cualquier día, con el riesgo evidente de incumplir los tiempos de descanso diarios o semanales, lo que afecta de lleno a la protección de su salud. Esta ´obesidad digital´ (infobésité), produce estrés, sentimiento de cansancio y vacía de contenido lo relativo a los riesgos psicosociales.

Por ello, regular el uso de esos instrumentos de trabajo es una cuestión central «en particular para los cuadros». Metling propone «un derecho a la desconexión» digital laboral, a través de la negociación colectiva, acompañado de un deber de desconexión cuyo respeto incumbe, en primer lugar, a cada uno de nosotros, pero también a la empresa. En este sentido señala que los directivos deberían ser ejemplares.

En España este debate ha comenzado a llegar al Congreso de la mano del PDCat, En Comú Podem y, sobre todo, con la Proposición No de Ley sobre protección de los derechos digitales de la Ciudadanía presentada a finales de marzo por el PSOE. El debate está servido y en nuestras manos tenemos la posibilidad de que esa desconexión digital con la actividad laboral sea una realidad. Junto a la regulación a través de las leyes laborales, hay un factor determinante: la firme voluntad de cada persona en establecer los límites del tiempo y actividades que dedica a su vida social y en comunidad. Eso solamente depende de nosotros. La dieta, vamos.