Las generaciones se identifican por mucho más que el año en que nacieron. De hecho, la edad creo que es sólo una característica formal, lo que verdaderamente marca la pertenencia a una generación son los valores, la forma de entender la vida, el ocio, la moda, los gustos musicales, los programas de televisión o el modo generalizado en el que se entienden y mantienen las relaciones personales; en general, lo que genera memoria colectiva. Y todo esto suele forjarse durante la adolescencia y los primeros años de la juventud. Te identificas con una generación porque eres capaz de escuchar una canción de hace diez años y ponerte a bailar como un loco incluso a pesar de que cuando sonaba en ´tu época´ aprovechabas para ir al baño.

Una profesora de Secundaria me contó que ella se dio cuenta del último gran cambio generacional haciendo una fotografía de grupo en un viaje de estudios con sus alumnos. «Todos los años tenemos la misma foto de grupo. Todos mirando de frente y cogidos por detrás. De pronto, ese año, cada uno iba a lo suyo en la foto, buscando su mejor perfil, haciendo gestos con los dedos...». Esta profesora acaba de experimentar el nacimiento de ´la foto Tuenti´ y de la pleitesía por las redes sociales.

Poner tu mejor cara para las fotos, compartir la paella del domingo, la imagen de la playa o los kilómetros que has corrido esa tarde son gestos cotidianos para muchos. Algunos lo ven como ´postureo´ y otros han pasado de hacerlo constantemente a evitarlo y renegar de la exposición pública. Para la mayoría, las redes son algo más de nuestra vida cotidiana. Las usamos para informarnos y para compartir la alegría o el enfado por algo y están muy bien. No hay necesidad de publicar una foto de cada puesta de sol que disfrutas, pero a todos nos gusta ver algo de belleza de vez en cuando, aunque sea un amigo el que la está disfrutando y no tú.

El problema viene porque hay una generación que no ha entendido muy bien los límites de la intimidad y la privacidad y creen que todo se puede compartir. La exposición para ellos es tan adictiva como el tabaco lo es para otros. Hagan lo que hagan, tienen que hacerse una foto o un vídeo y subirlo a sus redes. Y esto les puede acarrear más de un problema cuando, una vez pasada la etapa de ceguera, descubran que renunciar a tu privacidad puede tener no pocas consecuencias en el mundo laboral y en las relaciones personales. Como todo en la vida, algunas cosas se les curarán con el paso del tiempo y la madurez. O en eso confío.

Peor lo tienen (porque no creo que lleguen a conocer nunca la madurez) un reducido, pero ruidoso, grupo de especímenes de esta generación que no solo graba lo que hace, sino que siente la necesidad de hacer estupideces o, directamente, comenter delitos, para poder registrar sus fechorías y difundirlas. La mejor prueba de esto la hemos visto esta semana con el individuo que tiró al río Segura una de las bicicletas del servicio MuyBici. Si han visto el vídeo, se observa de manera muy clara que lo hace para que lo graben, hasta posa porque su acto de vandalismo realmente no le produciría satisfacción si no fuera porque está bajo los focos y porque quiere subirla a Instagram.

Y este disparate repite el patrón del que quema contendeores, del que graba el acoso de un grupo a un chico en la puerta de un instituto o del que conduce haciendo algún disparate cámara en mano. La única parte positiva que podemos sacar es que en su obcecación por el éxito (o lo que ellos consideran éxito) en las redes descubren sus propias miserias y se lo ponen fácil a la policía. Espero que no tardemos mucho en dar la noticia de que este energúmeno tiene lo que se merece. Si empiezan a tener consecuencias, quizá alguno se lo piense dos veces antes de hacer nada.

Quizá se les pueda poner como ejemplo a ese padre de EE UU que ha perdido la custodia de dos de sus hijos por hacerles sufrir gastándoles bromas pesadas para subirlas a Youtube. Ahora está muy arrepentido.