Dicen que en el mundo de la cultura, y en otros ámbitos, triunfan las personas que logran distinguirse. Obtienen notoriedad por su personalidad, diferente a la gente ´más común´. Parece una teoría acertada, aunque también parece que esa idea ha hecho mucho daño, y no precisamente a los autores. Basta con hablar sobre el título de un libro para darse cuenta de la cantidad de lectores pomposos que hay repartidos por la geografía española. No falla: prueben con un best seller, independientemente de su calidad, delante de uno de esos apasionados devoradores de libros.

Con un simple gesto o una frase destructiva intentará hacerle sentir la persona más ignorante del mundo, lo que algunos llaman ´una lectora fácil´. Y no sabrán de qué hablan, por supuesto, porque ellos jamás leerían ese título, simplemente por estar en la lista de los más vendidos. Los que repelen los best sellers entienden que pueden juzgar un libro o juzgarnos a nosotros, los lectores que no lo rechazamos por su fama (y eso no quiere decir que solamente leamos aquellos que gozan de la misma) porque entienden ser mucho más cultos por intentar diferenciarse con algo tan absurdo como una lista de títulos.

Personalmente, entiendo que se lanzan a la piscina en su juicio por motivos muy diferentes: el postureo de intentar diferenciarse del resto del mundo por leer algo diferente (aun sin saber si lo que leen ellos es distinto a lo que lee el resto), o por simple pedantería. O, quizás, por ambas cosas. A favor de los best sellers puedo decir que, a veces, la fama de algunos de ellos es más que merecida. No se dejen llevar por el camino que Cincuenta sombras de Grey ha marcado. Existen buenas obras en esas estanterías y, como decía hace poco una lectora -también apasionada (pero más abierta)- en un programa de televisión, las historias de esas páginas están para compartirlas. De ahí la fiebre del best seller. Para juzgar algo, al menos, hay que saber qué se está juzgando.