Hoy quiero homenajear a todas esas mujeres que tienen que separarse de sus familias en busca de un futuro mejor. Requiere de un gran carisma y valor dejarlo todo y lanzarse a la aventura. Cruzar el océano de la soledad, superar la depresión de estar alejada de los propios hijos. Sentir el yugo de la explotación a la que a menudo son sometidas. Muchas son «exprimidas» literalmente por quienes las contratan y también por sus propias familias que, desconocedoras de la realidad, les exigen más de lo que ellas son capaces de ahorrar. Hay miles de historias cada cual más desgarradora. Pero por suerte algunas de estas historias tienen un final feliz.

Se enamoró de un hombre mayor. Al principio sólo hablaban, y se veían a escondidas. A la salida del colegio, en la misa, en algún recodo del camino que llevaba al pueblo en el que ambos residían. Un día sus padres se enteraron y la molieron a palos. «No debes volver a ver a ese hombre nunca más», le ordenaron, pero ella se enjugó las lágrimas y siguió viéndole. Estaba segura de que aquel apuesto profesor de ojos oscuros era el hombre de su vida. Era entrañable y divertido y le hacía sentir especial, única.

Las palizas continuaron, y un día casi no lo cuenta. Entonces se vio obligada a escapar de su casa. Ella que siempre había sido una buena niña, dejó su pueblo sin apenas poder despedirse. Nadie creía en su amor, sólo ella. Pero en la capital, no encontraron una buena faena y el dinero a penas les llegó para vivir. Al nacer su hijo se vieron con la soga al cuello. A pesar de todo, aquel niño era una gran alegría y nunca dejaron de soñar con darle un buen futuro.

Fue entonces cuando acudió a una agencia de contratación y se atrevió a cruzar el charco, y a buscar suerte al otro lado del mundo. Y terminó en Barcelona cuidando niños.

Tras inacabables jornadas de trabajo, con sólo un día de fiesta a la semana y un sueldo miserable, se retiraba a su cuarto, y se tumbaba en la cama a mirar las fotos de sus chicos hasta que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¡Cuánto los echaba de menos! Luego, caía reventada. Así pasaron los años. Trató de ahorrar el máximo para que a ellos no les faltara de nada. La vida no fue nada fácil, sobre todo porque los niños que cuidaba no hacían más que recordarle a su propio hijo.

Dicen que la suerte pasa para todos pero no siempre uno sabe reconocerla, y agarrarla al vuelo. Un día, le llegó una buena oferta de trabajo. Unos señores necesitaban de un matrimonio para cuidar su finca. Entonces fue él quien cruzó el charco para estar a su lado. Trabajaron muy duro, y poco después lograron también traer al pequeño. El niño se adaptó a una nueva tierra, a una nueva lengua y a nuevos amigos. Ahora tiene diez años, y por fin ayer vio cómo su padres se casaban. En ese momento, todos sus sueños se hicieron realidad. Y tengo que decir que fue la boda más bonita a la que he asistido.