No es muy difícil saber que lo que más inspira los artículos que desde hace unas semanas publico en La Última de LA OPINIÓN son las noticias y, sin son virales, mucho más. Esta semana no ha habido otra noticia en Murcia, y seguramente en España, más viral que la que se ha conocido como la historia de 'La chica del tranvía'. No sé si decepcionaré a alguien o más bien provocaré alivio, pero no voy a escribir sobre esto. Ya se ha escrito mucho, algunos lo han hecho con mucho acierto, y yo todavía necesito reflexionar con un poco más de calma, no sobre el fondo del asunto, que tengo bastante claro, sino sobre el efecto que los medios de comunicación hemos tenido y del altavoz, para lo bueno y para lo malo, que suponen las redes sociales. Me voy a dar a mí misma la oportunidad de pensar dos veces antes de escribir.

Entre toda esta vorágine y debate social sobre el romanticismo, la idea del amor romántico, el acoso, el machismo, las redes sociales y los medios de comunicación, una noticia ha pasado desapercibida y a mí me ha parecido grandiosa. Resulta que un pequeño gusano tiene la solución para ayudarnos a salvar el medio ambiente o, al menos, a solucionar uno de los problemas más importantes que le estamos generando los humanos: la acumulación de plásticos.

Lo ha descubierto una investigadora del CSIC, Federica Bertocchini, de casualidad, como ocurre a veces con los grandes hallazgos que cambian el mundo. El pequeño insecto se conoce como el gusano de la cera porque, si cae en un panal, arrasa con la cera y la miel y lo destroza.

La investigadora, apicultora aficionada, encontró unos cuantos de esos en sus colmenas y los metió en una bolsa de plástico para aislarlos. Después de un rato, los gusanos la habían dejado como un colador. Científicos de todo el mundo llevan décadas intentando saber cómo solucionar el problema de los residuos plásticos (la mayoría fabricados a base de polietileno, muy resistente y difícil de degradar) y resulta que la respuesta había estado siempre en la propia naturaleza.

Una bolsa de plástico inocente, de las de peor calidad, de esas que se rompen antes de llegar al portal de casa por el peso de un solo litro de leche, puede tardar cien años en degradarse; así que imaginen lo que puede suponer para el equilibrio medioambiental los más de ochenta millones de toneladas de polietileno que se fabrican cada año en el mundo.

Por un segundo me imaginé los grandes vertederos llenos de gusanos comiendo plástico y, claro, la imagen mental no es muy agradable. Pero, tranquilos, la respuesta al problema no vendrá por ahí. Los científicos ya están investigando cuál es la enzima que dentro del organismo del insecto permite que se metabolice el plástico. Una vez aislada, se podrá dar con la fórmula para librarnos del problema del plástico de manera respetuosa con el medio ambiente. No será sencillo, imagino, pero es esperanzador, porque es la señal de que la naturaleza nos da las claves para poder salvarnos de nosotros mismos. Ahora se ha descubierto el animal que se come el plástico y quizá en unos años alguien descubra la bacteria que puede limpiar los océanos o alguien dará con la manera de conseguir frenar el calentamiento global (ojalá).

Es esperanzador, pero a la vez genera cierta inquietud. Me temo que, si el problema de los plásticos se resuelve, generaremos otro más grande o fabricaremos más plástico y más resistente. Y, claro, dejaremos de reciclar. Total, ¡si hay un gusano que se lo come todo!

La verdad es que no tengo muy claro que los humanos nos merezcamos estas segundas oportunidades que nos da la naturaleza. Como mínimo, espero que tengamos la inteligencia de aprovecharlas.