Posiblemente, no haya nada en el mundo que nos guste más a los españoles que celebrar algo. La causa de la celebración nos importa un pimiento. Da igual que sea una comunión, un bautizo, una despedida de soltero, una tomatina, una tamborada o lanzar una cabra desde lo alto de un campanario. Todo lo que sea una celebración se convierte en España en un éxito garantizado. Acudimos a las celebraciones en masa como si no hubiese un mañana. Por eso, el Día del Libro celebrado este fin de semana resultó todo un éxito. Me refiero, lógicamente, a la celebración, porque las ventas anuales de libros en nuestro país siguen en caída libre. Y no será por los esfuerzos que están realizando las editoriales más prestigiosas, ya que se han unido fuertemente con la telebasura y no hay presentador impresentable que no tenga su libro publicado. Es convertirse en contertulio o presentador de una cadena de televisión y publicar un libro. Sin embargo, si hablamos de literatura de verdad, hay que decir que en España, al igual que se consume mucha telebasura, también se lee mucha literobasura; libros de consumo rápido con un lenguaje de supervivencia para que el lector medio no tenga que pensar demasiado.

Si nos atenemos simplemente a las cifras, hay que decir que en España no se lee (el 40% de los españoles muere sin leer un libro), y los que leen suelen comprar lo que más se vende, que casi nunca es lo mejor. Tan solo dos editoriales en España copan el 80% del mercado, lo cual ya nos da una idea de la manipulación que existe en cuanto a lecturas y también en cuanto a escritores. El poder económico de estas editoriales es tal que compran los espacios más visibles de las librerías para colocar sus productos, muchos de los cuales no pasarían los controles mínimos de calidad. Eso hace que gran parte de la buena literatura se muera arrinconada muchas veces en las estanterías más perdidas de las librerías. De ese modo, las pequeñas y medianas editoriales no pueden competir, y esperan a morir lentamente o, como mal menor, a ser absorbidas por una de esas dos editoriales.

El negocio editorial en España se ha vuelto tan salvaje que incluso reconocidos críticos que han criticado libros de baja calidad escritos por autores reconocidos, pero de baja pluma, han sido despedidos de importantes medios de comunicación por considerarse un ataque a la 'familia'. Sin embargo, la culpa no es de las editoriales, porque mientras en todos los países europeos desarrollados los escritores pueden vivir de escribir libros y los lectores alcanzan el 80% de la población, en España apenas existen escritores que vivan de sus ventas y cualquier tuitero descerebrado supera en volumen de negocio a Muñoz Molina, Pérez Reverte o Luis Landero. Todos juntos.

Pero no debemos preocuparnos, porque España es el país de la pandereta, y mientras nos quejamos de los Gobiernos que sufrimos, mientras denunciamos la corrupción, mientras pedimos que bajen el IVA cultural, mientras denunciamos la manipulación de los medios, mientras infectamos Twitter y Facebook de panfletos en favor de la cultura, mientras exigimos información rigurosa, en realidad, a excepción de los suplementos deportivos, no leemos un carajo, porque la realidad es que nos gusta más la celebración de la protesta que el acto de cultivarse, y quien no lee nunca, a pesar de los Gobiernos, a pesar de los medios, a pesar de las quejas en los bares, será siempre un esclavo toda su vida. Y en esas estamos.