«¿Pero aquí la gente es más del Betis o del Sevilla?», le preguntamos a un taxista que nos llevaba de camino hacia el Villamarín. Hace unos meses visité la capital hispalense con tres amigos. Todos teníamos apuntado este destino en nuestras agendas y encontramos el fin de semana perfecto para disfrutar de la ciudad. Después de desayunar, cruzar el Puente de Triana -varias veces-, fotografiar los rincones de la Plaza de España, comer en la Plaza del Salvador y admirar la Giralda, nuestra siguiente parada era el estadio bético. De los dos equipos de la ciudad, eternos rivales, era el que jugaba en casa esa jornada. Un partido muy atractivo y que, si teníamos suerte con las entradas, a ninguno se nos iría demasiado del presupuesto. «La ciudad es más sevillista, pero los del Betis siempre hacen más ruido», nos respondió antes de confesarnos de que él era seguidor del equipo del Sánchez Pizjuán. Cuando llegamos a nuestro destino sabíamos que no nos habíamos equivocado de día. El ambiente, las colas en las puertas -donde en todos sitios existen listos que quieren entrar antes de su turno- y el colorido de las gradas hicieron que sacáramos los móviles y que tuviéramos la suerte de inmortalizar el momento hasta con Palmerín, la mascota verdiblanca. Noventa minutos después salimos por el mismo sitio con las bufandas y aguantando algún que otro comentario rival. Pero nos prometimos a nosotros mismos ser siempre de los que hacen ruido. Por cierto, el Betis perdió 1-6.