Dicen que los científicos suelen ser gente cartesiana y poco dados a raptos visionarios. Y que la racionalidad no les permite elucubrar en fantasías, por lo demás, indemostrables. De ahí el divorcio entre la ciencia y la religión, cuando antes, en su origen, fueron una sola y misma cosa. Pero los investigadores siguieron la senda de los postulados, las teorías y las leyes, y los sacerdotes el camino de las creencias, las fes y los dogmas? Aunque el punto final, al igual que el de partida, tenga que ser coincidente. Sin embargo, aún y así, siempre existe el científico, sensitivo más que iluminado, que vive entre ambas esferas de la aparente realidad.

Ahí tienen el caso de Swedenbörg, por ejemplo. Todo un padre de la ciencia. Y un adelantado. Y un multidisciplinar como pocos, como muy pocos? Anticipó los principios y los primeros diseños del submarino, y del avión, descubrió el funcionamiento de las glándulas endocrinas, adelantó el descubrimiento de la formación de nebulosas en el sistema solar, y un montón de cosas menores más, fruto de una autodisciplina y de un pragmatismo absolutos. Y, sin embargo, andaba por las calles de Londres hablando con los ángeles. Relacionándose con un universo paralelo como si fuera lo más normal del mundo. El filósofo y tocayo suyo (Emmanuel) Kant, decía de él que era un loco visionario, y éste respondía que solo era un científico frente a algo que no podía demostrar, pero que eso era algo natural.

Y como tal lo aceptaba. Su tesis era que en ese estado inmaterial, pero de energía inteligente y con personalidad propia, también se encontraban aquellos que habían muerto pero seguían buscando empecinadamente sus cosas, sus apegos, sus propiedades, sus querencias materiales, las cuales se iba desvaneciendo para él, y que ese sufrimiento era su propio infierno. Que cuando esas 'adherencias' se podrían y descomponían en su dimensión, se les transformaban en algo horroroso y amenazador que los martirizaba hasta que se dieran cuentas por sí mismos que ya no existen, que de hecho nunca existieron, pues solo ellos existen y lo demás son añadiduras, y que les obliguen a buscarse la vida; bueno, la otra vida, quiero decir.

Eso era lo que aseguraba este científico, aunque se encogía de hombros cuando, claro, no le creían. «Bueno - decía- yo tampoco me creería si no pudiera probarlo». En fin, creo que nadie lo puede confirmar con pruebas científicas. De ahí que este asunto quede como una curiosa curiosidad, como decía Groucho Marx, pero algo de eso tiene que haber, porque a mí me pasa. No lo que a Swedenbörg, naturalmente, pero sí que a mi edad comienzan a desvanecerse cosas, personas e ideas: familiares, amigos, lugares, acompañantes del camino, situaciones, seguridades, afectos, odios, paisajes, apegos, vivencias, deseos, tentaciones, diversiones, expectativas, ilusiones, incluso sabores? que se van difuminando poco a poco, volatilizándose lentamente, y que van drenándose unas con otras, y perdiendo sustancia hasta desaparecer. Y quedan como un vago recuerdo, cada vez más vaporoso, como una débil huella de algo que hubo, estuvo y se tuvo, y que, si no se borran del todo, solo quedan en esencia, que ya no en presencia.

Si me encontrara a don Emmanuel le preguntaría si me ve más acá que allá, o, por el contrario, estoy más allí que aquí, pero él ya traspasó el límite fronterizo que percibió en vida, y puede que ahora se tropiece con nosotros andando por las calles del otro lado. Quién sabe. Pero lo que digo: no afirmo ni niego nada. Es lo prudente. Las religiones apuestan todas por ello, incluso inventando lo que no es, si bien que vendido, administrado, controlado e hipotecado por una iglesia, a través de una fe dogmática. Las filosofías todas lo confirman, si bien dejan absoluta libertad de pensamiento, creencia y comportamiento. Y la ciencia está en ello. Es la hermana más retrasada en hacer las faenas de la casa, pero la más segura y fiable. Todo se andará. Mientras tanto, sería bueno practicar el desapego de las cosas que ofrece este dislocado mundo, como ya nos avisaba el nazareno aquel, a fin de ir acostumbrándonos a ir ligeros de morral, y a no perder luego el tiempo de otro tiempo buscando unos calcetines olvidados. Por si acaso?

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